Sin embargo, el énfasis de Jung sobre la consciencia jamás se pretendió como una devaluación del inconsciente, ni tampoco imaginó que pudiera ser conquistada. El reemplazo del inconsciente por la consciencia es desde todo punto de vista impensable considerando que el alcance de ambos no puede compararse y que la consciencia adquiere su poder creador sólo por estar enraizada en el inconsciente, incluso aunque el individuo no tenga idea de su existencia. La alta estima en que Jung tenía a la consciencia estaba presente en el germen desde el comienzo, aunque llegó a reconocer el papel fundamental que juega en el destino humano sólo a lo largo de los años. Para comenzar confió en los poderes creadores del inconsciente, pues aún no había explorado las profundidades de su naturaleza paradójica. Fue esto lo que provocó que se equivocara al darle una oportunidad a los comienzos del nacional-socialismo, a pesar de todas sus reservas objetivas. Lo vio, correctamente, como una erupción de fuerzas colectivas del inconsciente, aunque por aquel entonces todavía se inclinaba a dar al mito del inconsciente precedencia sobre el mito de la consciencia.
Sus ideas básicas acerca del mito de la consciencia y el sentido del mismo pueden encontrarse en sus memorias. Esto no es ninguna casualidad, pues no consideraba el libro un trabajo científico y la respuesta a la pregunta del sentido no era para él una respuesta científica. Todas las respuestas son una interpretación o conjetura humana, una confesión o una creencia. Es creada por la consciencia y su expresión es un mito.
Jung creó su respuesta basándose en la sabiduría obtenida a lo largo de años de trabajo de investigación. En un breve pasaje de sus memorias describió una vez más cómo la ambivalencia de la imagen de Dios del Antiguo Testamento lleva al mito de la encarnación necesaria de Dios y por último a la experiencia sintetizadora del sí-mismo: Las contradicciones internas necesarias en la imagen de un Dios Creador pueden reconciliarse en la unidad y totalidad del sí-mismo En la experiencia del sí-mismo ya no son Dios y hombre los que se reconcilian, como antes, sino los opuestos dentro de la propia imagen de Dios. Ese es el sentido del servicio divino, el servicio que el hombre puede rendir a Dios: que la luz pueda surgir de la obscuridad, que el Creador pueda ser consciente de su creación y el hombre consciente de sí mismo. Esa es la meta, o una de las metas, que hace que el hombre cobre sentido dentro del esquema de la creación y al mismo tiempo le confiere sentido a la misma. Es un mito explicativo que ha tomado forma dentro de mí gradualmente a lo largo de las décadas. Es una meta que puedo reconocer y valorar y que por tanto me satisface. La limitación a una afirmación subjetiva no menoscaba en absoluto el mito explicativo de Jung. Se cristalizó gradualmente a partir del conocimiento del hombre y su psique, más profundo que la mayoría del conocimiento de nuestra era, y constituye una continuación significativa del mito judeo-cristiano de dos mil años de antigüedad. Por ende no sólo se aplica a Jung, sino que su importancia trasciende lo personal.