Naturalmente surge la pregunta de si un sentido hecho por el hombre tiene algún valor y si a la imposibilidad de descubrir un sentido objetivo no sería mucho mejor responder admitiendo el sin sentido. Jung respondió no a esta pregunta. Esta negación no era sólo la expresión de un profundo temperamento religioso sino también el resultado de su experiencia como psicoterapeuta y médico: El sin sentido inhibe la plenitud de la vida y por tanto equivale a enfermedad. Consideraba la psiconeurosis como en última instancia, el sufrimiento de un alma que no ha descubierto su sentido, mientras que el sentido tiene un poder curativo inherente: El sentido hace que infinidad de cosas sean soportables; quizás que todo lo sea. No existe una fórmula universal de sentido y hasta el final de su vida Jung adjudicó un sitio tanto para el sentido como para el sin sentido en su esquema de las cosas. Sin embargo, la creación de sentido es importante en tanto lo que tiene sentido se separa de aquello que no lo tiene. Cuando el sentido y el sin sentido ya no son idénticos, la fuerza del caos se debilita mediante esta sustracción; entonces el sentido es dotado de significado y el sin sentido es dotado de lo opuesto. De esta manera nace un nuevo cosmos.
En comparación con esta visión del mundo, la obscura visión de los poetas y escritores de nuestro siglo, que proclaman el sin sentido y la subsiguiente desesperación como la verdad interior del hombre, resulta trágicamente parcial. El hecho de que la literatura del absurdo, del nihilismo y la desesperanza ocupe un sitio tan grande es sintomático de una era que ha perdido sus raíces religiosas y no es capaz de observar de frente la paradoja de una realidad trascendental.
Las obras más importantes en este sentido no dejan lugar a dudas de que es el hombre el que ha fallado. Pintan el cuadro de un hombre que, por debilidad e ineptitud, no ha tenido éxito en la búsqueda del sentido y no puede tenerlo, pues aunque pueda adivinarlo no es él quien lo crea. Dos nombres surgen de inmediato. En Franz Kafka (1883-1924), el primero en otorgar expresión artística al problema metafísico del hombre moderno, la experiencia del sin sentido se condensa en la parábola del hombre que pasa toda su vida buscando en vano la entrada a la Ley. Durante días y años se sienta a un costado de la puerta (entreabierta) de la Ley, aguardando que el poderoso portero le permita entrar. Desperdicia así toda su vida sin ningún sentido esperando con monótona desesperación. Por último su visión es borrosa y el mundo se obscurece a su alrededor. Mas en la obscuridad no es capaz de percibir un resplandor que surge inmortal de la puerta de la Ley. El moribundo pregunta al portero por qué en todos esos años nadie más que él ha venido pidiendo entrar, ya que todos se esfuerzan por alcanzar la Ley. Con lo cual el portero grita en su oído: Nadie más que tú podría lograr acceso a través de esta puerta, pues esta puerta era sólo para ti. Ahora la cerraré.