Actuar para apreciarse

Al actuar a veces nos equivocamos. Al no hacer nada nos equivocamos siempre.
Romain Rolland


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El sufrimiento psicológico a veces adopta formas extrañas. Una o dos veces al año recibo en mi consulta a grandes niños de 30 o 40 años, con una autoestima aparentemente muy alta, a menudo superdotados, como atestigua su coeficiente de inteligencia. Acostumbran a formar parte de asociaciones de personas muy inteligentes. Sin embargo, su vida es un fracaso. Nunca se lanzaron a la aventura, ni abandonaron el mullido nido familiar. Jamás rozaron la acción. Su elevada autoestima sólo es virtual: poseen grandes posibilidades que no utilizan. Han acumulado conocimientos a través de la lectura, el rastreo de información en Internet y, a veces, siguiendo estudios que no desembocan en el ejercicio de ningún oficio. Su autoestima subraya esa evidencia: apreciarse sólo tiene sentido si sirve para vivir. Y vivir es actuar, no sólo pensar

La acción es el oxígeno de la autoestima
La autoestima y la acción mantienen vínculos estrechos en tres dimensiones principales:

La verdadera autoestima se revela sólo en la acción y la confrontación con la realidad: sólo puede crearse a través del encuentro con el fracaso y el éxito, la aprobación y el rechazo Si no, es el no sabe-no contesta, como dicen los especialistas en sondeos de opinión: no sólo somos lo que proclamamos o imaginamos ser; no siempre hacemos lo que decimos que vamos a hacer. La verdad de la autoestima también se sitúa en el terreno de la vida cotidiana, y no sólo en las alturas del espíritu.

La autoestima facilita la acción: uno de los síntomas de las autoestimas frágiles consiste en la complicada relación con la acción. Las personas con baja autoestima la temen y rechazan (es la procrastinación), porque temen mostrarse débiles y traicionar sus límites. O bien se la busca como medio para obtener la admiración y el reconocimiento, pero sólo se la concibe como acción triunfante, successful, como dicen los estadounidenses.