Frente a la complejidad del mundo, qué conviene más, tratar de aumentar desesperadamente nuestro control y asertividad o aumentar la autoestima? Esmerándose en cultivarla al margen de todos estos engaños: resultados, reconocimiento Ceder sin renunciar a lo esencial.

Simplificar
La duda sobre uno mismo a veces nos pone en apuros. A menudo he observado cómo mis pacientes con trastornos de autoestima se lanzaban a empresas complicadas en lugar de simplificar: cuando sólo tenían que hacer un pequeño discurso de bienvenida ante el público, se lanzaban a una diatriba esotérica llena de sobre entendidos y alusiones, tan sólo porque entre el público se hallaba un antiguo alumno de la escuela politécnica. Sentados al lado del mismo hombre, consideran que deben elevar el nivel de la conversación y tratan de abordar permanentemente los grandes temas de política internacional, que han leído con atención en el periódico, esa misma mañana, mientras que su discurso habría ganado siendo sencillo y cálido, dirigido a todos y no a uno solo. Su conversación habría resultado más ligera y agradable si hubiera seguido el hilo de la espontaneidad.

Tratemos de no ver los actos y actitudes simples como expresión de simplicidad mental, sino como reflejo de claridad. Abundar en la sencillez es, paradójicamente, el patrimonio de personas con una buena autoestima, que no necesitan atrincherarse en lo complejo para ocultar sus lagunas. No quieren destacar, sino que mantienen su lugar e interpretan su papel en la sinfonía relacional prevista. En nuestros recientes grupos de terapia de Sainte-Anne se produjo la siguiente anécdota: realizábamos ejercicios para luchar contra el sentimiento de vergüenza excesiva. La consigna era exponerse al grupo (del que se sabe, a pesar de todo, que está compuesto por personas benévolas) realizando algo levemente ridículo: ese día se trataba de cantar una canción de libre elección, a capella. Como todo el mundo tiembla un poco me lanzo en primer lugar, y al ver que desafino, los rostros se relajan un poco: Ya está, estoy un poco cortado, pero sigo vivo. A quién le toca? Los primeros lo intentan con Frère Jacques o La Marsellesa. Al principio se interrumpen, confusos, horrorizados, diciendo: Es ridículo, canto muy mal. Pero les pedimos que perseveren: el objetivo del ejercicio no es cantar bien sino simplemente cantar. Para aprender a continuar actuando pese a la impresión de ser ridículo, para aprender a no obedecer a esa maldita sensación de vergüenza que cualquier cosa desencadena, de forma excesiva, no debemos perder la calma por estas falsas alarmas y continuar con lo que estábamos haciendo. Ahora es el turno de Lise, una joven del grupo, inteligente pero gravemente acomplejada. Lise no sabe ser sencilla: escoge siempre palabras refinadas, no habla si no tiene algo nuevo o inteligente que decir, no interviene salvo si está segura de que su pregunta es una verdadera pregunta, etc. En esta ocasión sé que va a hacer algo extraño. En efecto: en lugar de cantar una canción infantil para concentrarse sólo en luchar contra la vergüenza y dejar que los automatismos de su memoria se ocupen de cantar mientras ella se dedica a sus emociones, Lise trata de interpretar LOpportuniste, de Jacques Dutronc, que no es en absoluto fácil de cantar: melodía mudable, trémolos de voz Evidentemente, le costó (como a los demás) aunque afina bien. Tras algunas frases, se desmorona: Veis? Soy demasiado inútil. Todos la consuelan y algunos le dicen: A pesar de todo, te has metido en un maldito berenjenal, es muy difícil cantar eso. Lise explica entonces que no se atrevió a escoger Frère Jacques o una canción sencilla para no parecer tonta. Pero nosotros también parecíamos tontos! Sí, pero no es lo mismo, en esta caso yo parezco más tonta. Hasta la disolución del grupo hemos trabajado mucho para ayudar a Lise a simplificar sin sentirse poco valorada sino, por el contrario, aliviada. Ha progresado mucho.