Ejercer un control en los detalles de nuestra vida cotidiana (ocio, tareas del hogar) resulta beneficioso para el bienestar y la autoestima. Por esta razón es vital no dejar de lavar los platos u ordenar el apartamento o la oficina (en un cierto estado de ánimo, como veremos) cuando empezamos a dudar de nosotros mismos. Renunciar a estos pequeños gestos de control de nuestro entorno es el error que cometen las personas depresivas, bajo el efecto de su enfermedad: Para qué? Es irrisorio e inútil. Esto no hace sino agravar su estado: Ni siquiera soy capaz de ocuparme de cosas tan sencillas. Aunque la influencia de estos pequeños gestos sea mínima, representa, a pesar de todo, una pequeña inversión en autoestima. O, para los aficionados, una especie de tisana de la autoestima: de un efecto discreto pero real, y de carácter absolutamente biológico

Todo lo que mine nuestra relación con la acción es potencialmente perjudicial. Sin embargo, los problemas de autoestima a menudo incitan a evasiones y huidas, como hemos visto.

La evasión mina la autoestima y no nos enseña nada, mientras que la acción enseña la humildad.
No actuar puede volvernos orgullosos. Paradójico? En realidad, la inacción mantiene la ilusión de que, si nos hubiéramos tomado la molestia, habríamos conocido el éxito. Ilusión falsa y peligrosa. Explica ciertos discursos sorprendentes de sujetos con baja autoestima y fracaso social, pero que viven en la ilusión de sus grandes méritos. Si tan sólo la vida fuera menos dura y la gente menos injusta, entonces serían reconocidos en su justo valor! Este tipo de razonamiento puede conducir a actuar cada vez menos y aumentar la distancia entre la creencia en la propia excelencia y la comprobación de que la realidad diaria no está a la altura de nuestro valor. Hasta el momento en que esa distancia es tan grande que una desesperación lúcida se apodera de nosotros más o menos inconscientemente.

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La evasión no enseña nada. Tan sólo nos remite a nosotros mismos, a lo que ya sabemos.: que la vida es dura, que nos encontramos mal, que fracasar habría sido duro, que hemos hecho bien en no hacerlo, que a pesar de todo es una lástima, etc. Sólo la confrontación puede enseñarnos. A veces nos enseña cosas dolorosas, pero nos instruye. La evasión mina la autoestima y a fin de cuentas, independientemente de cuáles sean nuestras reflexiones acerca de nosotros mismos, sólo cambiamos con la acción. Beneficio absoluto de la acción sobre el pensamiento. No recuerdo en qué película el guionista Michel Audiard escribe esta réplica: Un tonto que se mueve va siempre más lejos que un intelectual sentado. Indudablemente, lo ideal sería un intelectual que se mueve, pero la réplica sería menos simpática. Sólo caminando se tienen pensamientos elevados, decía Nietzsche con algo más de seriedad.