Por esta razón, en las terapias a menudo proponemos pequeños ejercicios que nos ayuden a enfrentarnos a la vida. Sabemos que hablar y comprender es necesario, pero no suficiente. También es necesario actuar y multiplicar, trivializar las acciones. Se invita entonces a los pacientes que padecen esa intimidación ante la acción a repetir pequeños ejercicios: telefonear diez veces a diez comercios para pedir una información, preguntar la hora o por una calle a diez transeúntes. Lo más normal es que al cabo de un tiempo los pacientes comprendan lo que queremos transmitirles: la multiplicación de los actos los hace más leves, más fáciles y evidentes.

Con cierta frecuencia he trabajado así con personas cesantes que no se atrevían a enviar su curriculum o descolgar el teléfono. Por supuesto, esto apenas era una parte de su problema, pero era una parte fundamental porque se sitúa al principio de la cadena de mil gestos que hay que realizar para salir adelante, y además, se encuentra ubicada en el corazón de su vida cotidiana.

Aquí no se trata de una superación heroica del yo, de asertividad social, sino simplemente de retomar el contacto con la vida, de reflexionar acerca de los verdaderos problemas y las pseudo-dificultades. A veces somos un obstáculo para nosotros mismos.

En materia de autoestima, el lema Pensar globalmente, actuar localmente es muy acertado: hemos de transformar nuestros pensamientos globales en acciones concretas porque, tras años de huidas relacionadas con problemas de la autoestima, a menudo nuestro cerebro se resiste por completo a las palabras y las buenas resoluciones. Sólo estos pequeños ejercicios, aparentemente anodinos, podrán orientarlo en el sentido contrario y despertarlo al cambio.

Los grandes efectos de las pequeñas decisiones
Nuestra época es, a veces, tan pretenciosa Tomemos como ejemplo las promesas de Año Nuevo. Mucha gente se burla de ellas aunque no son pocos los que las hacen: El próximo año voy a intentar Pero quién se ha preocupado por comprobar si tienen efecto alguno? Un equipo de psicólogos se encargó de ello. En una población de unas trescientas personas que expresaron el deseo de un cambio en su vida diaria, la mitad había adoptado buenas resoluciones para el año siguiente y la otra mitad no; se evaluó, mediante el sencillo método de telefonearlos seis meses más tarde, si los cambios deseados se habían producido. Estos últimos concernían básicamente a tres ámbitos: perder peso, hacer más ejercicio o dejar de fumar. Los resultados fueron elocuentes: el 46% de los que habían tomado una decisión para el nuevo año habían logrado y mantenido su objetivo, frente al 4% que no lo había hecho. Los pequeños compromisos no son tan absurdos como podamos pensar. No constituyen una garantía (había un 50% de resueltos que no habían alcanzado sus objetivos), pero representan una ayuda más importante de lo que normalmente creemos. Otro tanto ocurre, a menudo, en la vida: buscamos la solución a nuestros problemas a través de procesos largos y difíciles cuando a veces, no siempre- deberíamos intentar, ante todo, enfoques más simples, y ponerlos en práctica y repetirlos a largo plazo.