Sintió un gran alivio y liberación porque había obedecido y pensó que Dios pone pruebas, aunque estas vayan en contra de la tradición religiosa. Y si no fuera así… sería absurdo… Entonces empezó a sentir su propia responsabilidad. La idea de pensar así le parecía terrible, pero igual llegó a la conclusión de que Dios podía ser algo espantoso. Esta experiencia le produjo un profundo conflicto moral que ensombreció su vida.

Las fantasías y sueños que ocurrieron en su infancia, como descubrió más tarde, aludían a la alquimia.

Pasado algún tiempo, tuvo un sueño de importantísima significación para su futuro. Caminaba por un sendero cruzado por matorrales y corrientes de agua y en un oscuro lugar, encontró un estanque redondo, rodeado de espesa maleza. En el agua semi sumergido, había un animal redondo, brillante y policromo, con pequeñas células múltiples como tentáculos. Era un radiolario gigantesco, de un metro de diámetro, estaba en el agua clara y profunda de aquel oculto lugar.

Este sueño produjo en Jung, una intensa curiosidad por el conocimiento y representó una forma metamórfica de la potencia psíquica que se le había aparecido en el falo sepulcral. La forma redonda, radiada, alude a una luz y a una ordenación que se halla oculta en la oscuridad de la naturaleza. Paracelso la hubiera llamado “la luz de la naturaleza”, considerada desde la edad media como la segunda fuente de conocimiento, junto a la revelación cristiana. El hombre “es un profeta de la luz de la naturaleza y sabe acerca de ella, mediante los sueños, ya que la luz no puede hablar, su imagen se manifiesta en el sueño, gracias a la potencia del Verbo”

Con este sueño se sentiría por siempre comprometido con la luz de la naturaleza y se consideraría, después, como profesional, como un naturalista científico empírico.

Los tres símbolos que determinaron primeramente la vida de Jung: la imagen onírica del falo subterráneo, la fantasía del hombrecillo negro y la imagen onírica del radiolario, fueron potencias psíquicas que marcaron su juventud.