En el simbolismo alquimista, el dragón o la serpiente, son la primera forma de renacimiento del ave Fénix. La mirada hacia la luz, significa que tiende hacia la esfera de la consciencia.
Jung descubrió nuevamente el mito proyectado que supone la alquimia y señaló el lugar de donde verdaderamente procede y desde el cual continúa actuando en la actualidad: desde la psique objetiva del hombre occidental.
Los alquimistas occidentales vivenciaban proyectando en la materia su propio inconsciente. Como sus experimentos eran considerados sospechosos de magia negra, debían trabajar ocultos y aislados y como
no sabían abordar el misterio de la materia, se apoyaban en sus sueños y visiones. Los alquimistas eran los “empíricos de la experiencia acerca de Dios”, en contraposición con los representantes de las religiones “oficiales”, los que no se basaban en la experiencia, sino en la interpretación sobre una verdad ya revelada.
A través de sueños conocidos del hombre moderno, Jung ha demostrado lo vivo que permanece en el inconsciente el mito de la alquimia. Para los alquimistas, la materia inorgánica no estaba muerta, sino que era una incógnita viviente que no sólo se podía manipular, sino que también había que establecer una “relación” con ella para investigarla. Esto lo hacían a través de sueños, ejercicios de meditación y de una disciplina de la fantasía que coincidía absolutamente con la “imaginación activa”, descubierta por Jung.
El espíritu de la materia lo designaban como Mercurio, que era idéntico a Hermes, dios de las revelaciones y al Hermes-Thot gnóstico. Es lo mismo que el hombre espiritual primitivo, sumergido en la materia y representado por el falo. Es lo numinoso desplazado al parecer a la “profundidad de la tierra”, para el hombre moderno, pero en la realidad, a la profundidad de su propia psique, para muchas personas hoy en día.
El dios de la materia, Mercurio, no era el elemento químico, sino una substancia “filosófica”, un agua que “no humedece las manos” y era considerada la substancia fundamental del universo. Al mismo tiempo era un fuego y una luz, “la luz natural que es portadora del espíritu celestial”. Es un “fuego del infierno”, oculto en el centro de la tierra, y también el fuego “en que Dios arde en su divino amor.”