En el fondo, Mercurio supone una continuación de determinadas personificaciones compensadoras del hombre-dios que se han manifestado de diferentes formas en todas las tradiciones populares.

Un axioma que existe desde hace 1.700 años en la alquimia es una frase de María Profetisa: el uno se hace dos, el dos se hace tres y del tercero surge el uno, como cuarto. Se introducen entre los números impares de la dogmática cristiana, los números pares que significan lo femenino, la tierra, lo subterráneo, incluso el mal. Sin personificación es el Serpens Mercuri, el dragón que se genera y se destruye a sí mismo y que representa la “prima materia”.

La alquimia se refiere a esta primera materia y al filius macrocosmi, hijo universal, (Mercurio). Así el inconsciente no se comporta sólo como contrapuesto a la consciencia, sino que es un adversario y colaborador que modifica más o menos. De este hecho dependería probablemente la encarnación del dios puramente espiritual en la naturaleza humana terrenal, posibilitada por la concepción del Espíritu Santo en el útero de la Virgen.

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