La nueva tarea fue la de recordarse a sí mismos. Se separaron y no pudieron recordar quienes eran. El Águila les dijo, entonces, que si lograban recordarse a sí mismos podrían hallar la totalidad de cada uno, sólo entonces tendrían fuerza y tolerancia para afrontar la vida. La tarea siguiente fue que después de recordarse a sí mismos, debían conseguir otro hombre nagual y otra mujer nagual.

Don Juan explicó que cruzar hacia la libertad, significa que uno conserva la consciencia, el cuerpo se inflama de conocimiento y cada célula es consciente de sí misma.

Según esta enseñanza, no hay mundos de objetos, sino un universo de las emanaciones del Águila que representan la única realidad inmutable de lo perceptible y lo no perceptible, lo cognoscible y lo incognoscible.

Los videntes que ven las emanaciones, las llaman mandatos y la interpretan como la regla, mientras el hombre común las llama realidad.

El tonal y el nagual
El ser humano tiene dos facetas que están en funciones en el momento del nacimiento: el tonal, lado derecho y el nagual, lado izquierdo.

Ellos están hechos para el reino exclusivo del “hombre de conocimiento”. El tonal es el organizador del mundo. Por ejemplo, da sentido a una conversación, protege nuestro ser físico y es astuto con su obra. Es un guardián para nosotros, pero se ha convertido en un guardián déspota. El tonal es todo lo que somos y conocemos. Nos acompaña del nacimiento a la muerte. Hay un tonal personal y un tonal colectivo, que es
el que nos hace semejantes.

Al principio uno es todo nagual. Después necesitamos una contraparte. Nos falta el tonal que empieza a desarrollarse y con el tiempo adquiere tal importancia que avasalla al nagual. Así nos volvemos todo tonal. Con esto aumenta la sensación de estar incompletos. A partir del momento que somos todo tonal, empezamos a hacer pares de opuestos, pero los hacemos sólo con objetos del tonal: bien-mal, alma-cuerpo, negro-blanco, etc. Sentimos que en nosotros hay otro lado, pero cuando tratamos de precisar, el tonal toma el mando y nos fuerza a destruir cualquier indicio de la otra parte, la parte verdadera, el nagual.