La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, por más que discrepen mucho de los que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan sin embargo un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia pues y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo que es el el Camino, la Verdad y la Vida. (Jn. 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración
con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos se encuentran.

3.- La Iglesia mira también con aprecio a los Musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quién la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por consiguiente, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno.

Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre Cristianos y Musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, se ejerciten sinceramente en una mutua comprensión, defiendan y promuevan a una, la justicia social, los bienes morales, la libertad y la paz, para todos los hombres.

4.- Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con los que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham. La Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de la fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Confiesa que todos los Cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por lo cual la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con que Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza; ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre, que son los Gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra Paz, reconcilió por la Cruz a Judíos y Gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en Sí Mismo.