Por lo demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa caridad su pasión y muerte por los pecados de todos los hombres, para que todos consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el anunciar la Cruz de Cristo como signo de amor universal de Dios y como fuente de toda gracia.
5.- No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios y con los demás hombres, sus hermanos, están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: el que no ama no ha conocido a Dios (cf. Jn. 4,8).
Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre hombre y hombre y entre pueblo y pueblo, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia por consiguiente, reprueba, como ajena al espíritu de Cristo, cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto el Sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles Cristianos que observando en medio de las naciones una conducta ejemplar (1 Pe. 2, 12), si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielo.
Extractado de
Documentos Completos del Vaticano II
Sal Terrae.- 1967