La meditación representa una prevención, una terapia previa a la depresión: regresando cotidianamente a
la fuente de bienestar que hay dentro, se evita esta acumulación de sentimientos de frustración internos que hace que gente que tiene todo, materialmente, para ser dichosos puedan llegar a sentirse amargados y a veces francamente deprimidos. El niño tiene variaciones emocionales fuertes y rápidas. Nosotros permanecemos siendo un niño en nuestro interior, aunque hayamos recubierto esta ciclotimia infantil con un barniz de un humor pasablemente monótono. Esto nos permite funcionar relativamente bien en sociedad. Hemos ya visto que la meditación nos hace capaces de reconocer estas variaciones rápidas (gusto-disgusto, placer-dolor, etc.) y de ir más allá. En la India se insiste sobre el hecho que el sabio está más allá de los pares de opuestos. En la Biblia Dios también es a veces presentado claramente como más allá de los contrarios. Por el soltar presa que ella implica, la meditación resulta liberadora de estos conflictos contradictorios.
Depresiones y liberaciones en el curso de la evolución espiritual:
La evolución espiritual conduce al gozo interior pero no está desprovista del riesgo de reacciones depresivas. También se encuentra este riesgo en psicoterapia, donde los pacientes van hasta el suicidio porque ellos no pueden soportar el ver ciertas realidades en ellos, siendo a su pesar empujados por un terapeuta o analista demasiado exigente o demasiado rígido. Si la práctica espiritual tiene peligros, ellos no deben ser sobrestimados. Me parecen ciertamente menos graves que el hecho de tomar el volante de un automóvil en estado de ebriedad una noche de fiesta…
En el cristianismo, se distingue la depresión auténtica ( acedía ) de las fases de sequedad (ariditas ) , estas últimas sobrevienen luego de una evolución espiritual sana. La acedía aparece sobre todo en los monjes de edad madura. Es un disgusto de todo lo que toca a la vida espiritual. Puede ser que esté ligada a una disminución de la fuerza sexual en religiosos que siguen la vía de la devoción y de la sublimación de las emociones hacia lo divino. Hay menos que sublimar, hay entonces menos experiencias interiores. Lo opuesto, la ariditas, la sequedad espiritual, corresponde a aquello que San Juan de la Cruz llamaba la noche de los sentidos. El orante no siente disgusto de las cosas espirituales, al contrario, no aspira más que a Dios, pero él no lo ve . Es una suerte de deseo amoroso insatisfecho, un despojamiento de todo lo que no es Él, sin llegar a alcanzarlo. Para retomar la imagen de Santa Teresa de Avila, se puede decir que la mente entrando en su capullo como un gusano de seda, termina por morir y finalmente renace mariposa.