Es difícil predecir cómo va a reaccionar alguien ante los cambios interiores. En gran parte dependerá de la actitud consciente y del modo en que han sido asimiladas las experiencias previas; incluso de si ha habido o no capacidad o voluntad de asimilarlas. Cuando menos preparada esté una persona para este cambio, más se verá afectada por él, siempre que se produzca realmente y la persona no esté estancada en un estado infantil o adolescente. En este caso terminaría en una neurosis crónica.

Al final de la tercera década y comienzos de la cuarta, la vida suele recorrer líneas fijas en todos los aspectos. La familia está creciendo, la posición social está asentada, la persona se halla establecida en su trabajo o profesión y tiene su lugar en el mundo. En suma, la fase de alcanzar las metas externas casi se ha completado. En esta época, la gente se pregunta porqué sigue haciendo las cosas que hace, a que propósito sirve su vida, etc. Gradualmente, va sintiendo que en la vida tiene que haber algo más que la simple satisfacción de las necesidades básicas. Con el crecimiento de la incertidumbre interior llega la comprensión de que se ha experimentado muy poco en la vida y de que es mucho lo que uno se ha perdido.

Especialmente en los hombres, se produce una notable reducción en los deseos sexuales hacia los cuarenta y dos años, fenómeno estrechamente vinculado con el proceso biológico y psicológico del ser humano. Los sentimientos de devaluación y ansiedad que esta reducción de la potencia o del deseo sexual pueden despertar, son a menudos el origen de todo género de compensaciones en esta época de la vida. Serán intentos espasmódicos de demostrar que uno sigue perteneciendo a la generación más joven, que se sigue siendo alguien con quién se puede contar, etc. No en vano se da a este período el nombre de segunda juventud.

Por los sentimientos de incertidumbre, con las sobrecompensaciones resultantes y la inclinación a prestar atención a esa voz interior que habla de desarrollo continuo, una persona puede abandonar su rumbo durante un tiempo y vagar a la deriva en un océano de sentimientos difusos y ansiedades. Los cuestionamientos, cada vez más importantes, concernientes al significado de la vida y al propósito de las propias actividades, contribuyen considerablemente a este estado de cosas. Las consecuencias usuales son las perturbaciones psíquicas y psicosomáticas, todo tipo de enfermedades, divorcios, cambios de ocupación, cambios de casa y de ciudad, pérdidas financieras, etc.