El origen de todas las dificultades encontradas en estos años es la naturaleza drástica de esta media vuelta, aunque algunos sientan el cambio más agudamente que otros. Hay que señalar también que el período entre los cuarenta y dos y cuarenta y siete años es decisivo para el planteamiento de los objetivos futuros y que, a pesar de las dificultades, puede ser una etapa de autocomprensión en el que las tensiones se reduzcan mucho, y aparezca un nuevo período social con nuevas exigencias motivantes. Una gran parte de lo que la persona siga experimentando en la vida dependerá del modo en que esta transición haya sido asimilada y aceptada, considerándola un cambio a una nueva norma en la vida.
Se entra en un período en que el crecimiento interior logrado se estabiliza, y a menudo parece conducir al sujeto a una aceptación de la vida. Siente una fuerza interior y es capaz de dar una respuesta mejor a aquellos que lo rodean, suponiendo que haya querido y podido asimilar lo sucedido antes, sin quedar atrapado en una fase anterior. En el caso de la persona que se haya detenido en alguna parte de su desarrollo, un nuevo sentimiento de tensión producirá insatisfacción, vaciedad e incumplimiento. Se siente la percepción de que queda algo por hacer, o que debería haberse hecho algo que ahora resulta imposible. El deseo interior de autorrealización puede enfrentar a esa persona de múltiples maneras con su fase de crecimiento mal entendido.
Es posible que la persona se contente con una actitud obsoleta ante la vida, o que ante una motivación creativa, se precipite por el camino que ha elegido y se enfrente con cualquier resistencia que pueda presentársele. Muchas personas de esta edad tienen el impulso renovado de no dejar que las cosas resbalen, sino que buscan oportunidades para conversar, intercambiar opiniones y tener la oportunidad de propagar sus propias ideas.
A los cuarenta y nueve años, las transformaciones interiores pueden producirse de un modo sutil y la persona se vuelve más abierta a las otras realidades, sea consciente o no de ello. Temas como la muerte o lo que haya más allá se vuelven importantes. En algunos casos, la incertidumbre sobre otra vida y el miedo interior pueden hacerla adherirse a algún credo religioso o seudo religioso, el cual defenderá fanáticamente. Cuando mayor sea el miedo y la incertidumbre, mayor será el fanatismo. No estamos diciendo que en este período todos los que tengan una visión de la vida basada en creencias religiosas se vean atrapados por un miedo interior. Al contrario, sucede con gran frecuencia que le ocurre principalmente a los que se sienten una mayor vaciedad en sus almas y que piensan que en la vida hay algo más que ellos no han encontrado. Buscan algún tipo de maravilla, y en cuanto creen que la han encontrado, se ven inclinados a tratarla como la única verdad que deben abrazar y promover. Las personas con esta estructura suelen convertirse en seguidores de algún gurú, en discípulos de algún profeta o de cualquiera que predique algo nuevo con intensa convicción, incluso aunque se trate del reacondicionamiento de creencias antiguas. Con independencia de la forma que tome, el fanatismo es a menudo notable en esta época de la vida.