Próximo a los sesenta años, el envejecimiento puede ser sentido como una amenaza. Los primeros signos que señalan el acercamiento a la vejez son inequívocos, y todo esfuerzo por mantenerse en la generación más joven se reconocerá de antemano como una pérdida de tiempo. Los sentimientos de incertidumbre producidos por la pregunta de qué viene ahora?, inducen a menudo a la persona a asentarse en ideas y valores que debería haber superado. También aquí pueden producirse sentimientos de incertidumbre y ansiedad al sentir que no se ha hecho todo lo que se debiera. En consecuencia, se produce un estado de insatisfacción. Se siente que la vida debería haber sido distinta, o más gratificante. Los logros sólidos suelen apartarse a menudo por considerarlos poco importantes y de escaso valor. Pueden ocurrir en este momento separaciones repentinas y muchas personas terminan abruptamente con todo tipo de situaciones. A veces, la persona enferma como reacción negativa ante una situación que se experimenta como una carga. Es una época de la vida en la que se dan muchos pasos en falso. Uno quiere empezar de nuevo y romper limpiamente con todo lo que ha querido antes. También uno se siente acosado por miedos concernientes a la vejez.

El período que comienza ahora es esencialmente aquel en el que se vuelven importantes la actitud internalizada ante la vida y su conformación. Este cambio se puede producir con cierto grado de compulsión. Se inicia la fase en la que gradualmente uno da menos valor a los fenómenos externos y presta más atención a los procesos internos. Esto se basa en la comprensión de que incluso el hecho de que uno es un individuo, más o menos diferente de los otros seres humanos, no es todo ni el final de todo. En el proceso de llegar a ser alguien más maduro como un ser único, un individuo se va separando más y más de los procesos naturales de su interior y de sus impulsos instintivos. En esta época de la vida se entra en una situación en la que se sienten tanto aquellos impulsos como la individualidad consciente, que se ha ido aprendiendo a desarrollar. Estos dos factores psíquicos son contrarios el uno al otro y hay un gran peligro de desgarrarse en conflictos entre intereses y sentimientos que a primera vista parecen irreconciliables. Este aspecto simboliza un factor psíquico que acompañará al crecimiento humano desde este momento. La psiquis colectiva asume mayor importancia y en esta crisis la persona puede llegar a comprender que hay valores superiores a los del ego y cosas de mayor importancia que la autoexpresión creativa. Los valores espirituales relacionados o no con las enseñanzas cristianas pueden experimentarse ahora plenamente. Sólo entonces se alcanza la fase en que la actitud personal y social asumida en forma consciente ante la vida puede convertirse en un interés humanitario por los acontecimientos del mundo sin una poderosa sensación de implicancia en ellos. Este desarrollo de adhesión plenamente reconocible a una serie mucho más impersonal y universal de valores, va junto con una actitud tolerante en la que el individuo se da a sí mismo un valor más relativo.