Veamos cómo no seguir de largo después de haber encontrado nuestro álter ego, prenda de felicidad y salvación. Existe toda una serie de indicios subjetivos y objetivos que facilitan el reconocimiento del ser polar. Porque la polarización se manifiesta en todos los planos a la vez: sexual, psíquico, intelectual, espiritual.

El hombre empieza a sentir el deseo y luego la necesidad de unirse a su ser polar como consecuencia de la formación en él del Centro Magnético, y luego en función de su crecimiento. Para poder reconocer a su ser polar, el hombre debe poner en juego toda la fuerza de atención de que es capaz sobre todos los planos accesibles a su consciencia. El encuentro se produce siempre en circunstancias inesperadas y bajo una forma que no se asemeja en nada a todo lo que se pudiera imaginar.

La regla impuesta es clara: para reconocer a su ser polar, el hombre debe conocerse a sí mismo. Esto es manifiestamente lógico: para reconocer su álter ego, el hombre debe reconocer en consecuencia su propio ego. Es verdad que el Yo del cuerpo y el Yo de la Personalidad aspiran a encontrar en otro ser una respuesta perfecta. Sin embargo, es sólo identificándose con el Yo real que el hombre inmanta la unión con su ser polar.

Es con el corazón lleno de fe, agudizando en él todas sus facultades más finas de atención intuitiva, su sentido de análisis crítico llevado hasta su punto más alto, que el hombre partirá a la búsqueda del ser sin el cual él no es verdaderamente él. Como el trovador de otros tiempos, renovando la práctica del amor cortés es que podrá reencontrar a la Dama de sus Pensamientos.

Pero cuando los seres polares se encuentran, después de algunos signos perceptibles de inmediato, esos humanos todavía imperfectos, deformados por las taras kármicas, pueden adquirir la convicción objetiva de su polaridad?

He aquí algunos criterios indispensables para que un reconocimiento mutuo pueda ser considerado como teniendo un valor objetivo. Desde el primer encuentro en presencia del ser polar, el Yo de la Personalidad y el Yo del cuerpo vibran de una manera que no se asemeja en nada a lo que se haya sentido anteriormente. La razón es que esos Yoes se encuentran en presencia de su primer amor que continúa a través de los siglos. Sin tener consciencia clara de ello, los seres polares se reconocen y ese conocimiento tan antiguo como ellos mismos, se expresa por la voz de su subconsciente. Esto crea desde el instante del reencuentro una atmósfera de confianza y de sinceridad absolutas.