La filosofía, la ciencia y hasta la religión modernas parecen haber perdido la esperanza y muy a menudo el interés mismo en la posibilidad del conocimiento metafísico. Este no es la creencia religiosa, ni la especulación filosófica, ni la teoría científica. Es la experiencia real o el reconocimiento inmediato de esa Realidad última que es fundamento y causa del universo y, por ello, principio y sentido de la vida humana.
Muchos piensan que conviene a la humildad del hombre renunciar a la posibilidad de este conocimiento. Sin embargo, trataremos de mostrar no sólo que tal conocimiento ha existido en la humanidad sino también que la pérdida del contacto del hombre moderno con sus fuentes es la principal razón de la desintegración tan peculiar y peligrosa de nuestra cultura, Más importante aún, trataremos de describir la naturaleza de este conocimiento en la medida en que el lenguaje lo permita. Por absurdo que suene a los oídos modernos, debemos recordar que para otras culturas y épocas superiores a la nuestra una incursión en este ámbito podría parecer tan normal como necesaria.
Por consiguiente, advertimos que es más fácil entender mal este tema que cualquier otro, no debido a complejidades técnicas, sino a la falta de familiaridad. Pues este tipo de conocimiento y sus correspondientes modos de vida y pensamiento son tan extraños a la actual civilización occidental que han desaparecido de las normas comunes de nuestro pensamiento y de los supuestos en que estas se basan. Muchos términos que pueden resultarnos bastante familiares, con el correr del tiempo, han cambiado y confundido su significado. Si no son definidos cuidadosamente, inducirán a error.
Existe un consenso sobre el hecho que nuestra civilización actual carece evidentemente de todo principio unificador. El grado de unidad que el término vago de civilización moderna implica, es en muchos sentidos una unidad de desunión. Los hombres muestran una coherencia superficial gracias a la extensión de la tecnología y a la aceptación común de ciertos modos de pensamiento cuya naturaleza misma consiste en producir mayor desintegración. Por mucho que se trate de prevenir esta peligrosa confusión del mundo por medio de algún sistema político o económico unificado, lo cierto es que la unidad cultural y la unidad social son expresiones de lo que por el momento podemos llamar unidad espiritual, y no pueden existir independientemente de ella. No puede haber orden ni acuerdo en las esferas particulares de la vida humana a menos que no haya común acuerdo con respecto a la naturaleza y sentido de la vida misma.
Dar con la finalidad del vivir es sòlo
posible al trascender la presente cultura
(la del pensamiento, la imagen y la vo-
luntad de poder), fragmentada y fragmen-
tadora en la que somos “formateados” la
inmensa mayoria de los seres humanos des-
de hace muchìsimo tiempo pese a los seña-
lamientos de mentes iluminadas tanto en
oriente como en occidente. No hay insti-
tuciones ni laicas ni religiosas que pue-
dan llevar a esa trascendencia. Sòlo èsta
es posible cuando el individuo muere
tanto para las creencias (tanto positivas
como negativas)como para las ideologìas.
Y uno muere para ellas cuando da preci-
samente con la esencia del creer y del
ideologizar: ambos niegan la verdad. Y
esto sòlo es posible a travès del impla-
cable conocimiento de sì mismo que es
ignorado como necesidad humana en la edu-
caciòn formal tanto pùblica como privada
y que es lo ùnico que puede hacer al hom-
bre realmente libre. La desconexiòn de lo
esencial està conduciendo a la humanidad
a la confusiòn de lenguas. Decimos INTE-
LIGENCIA, LIBERTAD, AMOR y apuntamos a
hechos que no tienen nada que ver con
esa Energìa.