A la Nueva Era se la acostumbra ver como una época de progreso individual. La literatura relacionada con ella abunda en libros que proclaman cómo afirmar la propia divinidad, cómo alcanzar la abundancia y ser próspero y feliz. El desarrollo personal es importante, sin duda, pero la esencia de la Nueva Era es la expresión de un amor compasivo y de una consciencia y responsabilidad social que van mucho más allá de nuestro egocentrismo, buscando aumentar las posibilidades y capacidades de los otros. La meta de la Nueva Era es transformar al ser humano en un ser planetario; el desarrollar sus capacidades es un medio para ese fin, no el fin en si mismo. No se trata de aspirar a ser un creador todopoderoso, sino un siervo compasivo y abnegado, un protector de toda vida que aliente en este planeta, quien vive y trabaja en medio de lo cotidiano y de lo aparentemente trivial, sin destacarse externamente, pero siendo – por su amor – el más vulnerable y accesible de los seres.

La aparición de una Nueva Era se basa ante todo en esfuerzos para aplicar valores holísticos y planetarios. Suele ser propio de estas motivaciones no atraer la atención hacia ellas, pues parecen algo tan sin importancia al mezclarse con la vida diaria. El empeño de un empresario por dar oportunidades a las capacidades innatas de sus subordinados, o el intento de un padre de ir más allá de la actitud patriarcal tradicional para expresar su propio instinto protector, tal vez no resulte ser una noticia tan espectacular como el que en una sesión espiritista apareció un jefe militar atlante de miles de años atrás pronosticando la destrucción de nuestro planeta. Los esfuerzos individuales para explorar y aplicar valores de desarrollo personal y de compasión en ámbitos verdaderamente corrientes, tendrán un efecto mucho más duradero y transformador que cualquier noticia paranormal, y esto es lo que constituye la esencia del movimiento de
la Nueva Era.

Internamente, la Nueva Era continúa el esfuerzo histórico de la humanidad por profundizar en los misterios de la naturaleza, de Dios, de nosotros mismos y de la realidad. En una época tan materialista como esta, la Nueva Era significa un renacer de nuestro sentido de lo sagrado, un impulso del alma por comprender y expresar su propia divinidad, en armonía con la divinidad que habita la creación y con la Fuente primordial de esa divinidad cuya naturaleza inefable seguimos tratando de conocer.