Metafóricamente hablando, el Diablo chupa nuestra sangre y consume nuestra esencia. Los efectos de su mordedura son contagiosos y llegan a contaminar a comunidades o incluso a países enteros. Así pues, del mismo modo que el vuelo del murciélago puede desatar el pánico irracional de un nutrido grupo de personas, el Diablo puede revolotear sobre la multitud, enredarse en sus cabellos, desarticular su pensamiento lógico y desatar un ataque de histeria colectiva. El miedo al murciélago desafía todo tipo de lógica y algo parecido sucede – y por razones similares – con el miedo al Diablo. El murciélago se nos antoja una monstruosa aberración de la naturaleza, un ratón con alas y lo mismo ocurre con el Diablo, cuya disparatada forma desafía todas las leyes de la naturaleza.

Tenemos la tendencia a considerar todo tipo de malformación – los enanos, los jorobados y las cabras con dos cabezas, por ejemplo – como criaturas e instrumentos de los poderes más irracionales y siniestros. Uno de los poderes más inexplicables del murciélago y del Diablo al que más tememos intuitivamente consiste en su capacidad para desplazarse a ciegas en la oscuridad. Los científicos han elaborado todo tipo de estrategias para protegerse de las desagradables y peligrosas costumbres del murciélago, estrategias que les permiten entrar en su guarida y analizarlo racionalmente. Como resultado de esta investigación, su absurda forma y su repulsiva conducta resultan hoy en día menos temibles que antaño. Hasta hemos llegado a comprender las leyes que rigen el secreto de su misterioso sistema de radar. La moderna tecnología ha terminado así desentrañando el poder de su magia negra y ha llegado a diseñar y elaborar un sistema de vuelo similar al suyo que permite al ser humano volar a ciegas.

Es posible que si realizamos un estudio similar sobre el Diablo aprendamos también a protegernos contra él. Tal vez si descubrimos nuestra proclividad hacia la magia negra satánica podamos conquistar los miedos irracionales que paralizan nuestra voluntad y nos impiden enfrentarnos y relacionarnos con el Diablo. Quizás el terror de Hiroshima – con sus espantosas secuelas para la humanidad – pueda permitirnos por fin vislumbrar la monstruosa silueta de nuestra diabólica sombra. Cada nueva guerra pone en evidencia nuestros rasgos más diabólicos. Hay quienes llegan incluso a afirmar que la guerra cumple precisamente con la función de revelar a la humanidad su enorme potencial para el mal de un modo tan crudo que no nos quede más remedio que tomar consciencia de nuestra propia sombra y establecer contacto con las fuerzas inconscientes de nuestra naturaleza interior. Según Alan McGlashan, por ejemplo, la guerra es el castigo por la incredulidad del ser humano con respecto a las fuerzas que moran en su interior.