El hombre moderno está proyectado fuera de su cuerpo, huye a su interioridad dejando a un lado los conocimientos tradicionales y milenarios para perderse en el torbellino. Es el ambiente que él ha creado y que ahora lo absorbe por entero. A este respecto, la anécdota del filósofo chino Tchuang- Tsé describe muy bien nuestra situación actual:

“Un hombre tenía miedo de la sombra de su cuerpo y le causaba pánico la huella de sus pasos. Para escapar de ello, empezó a correr. Pero, mientras más corría, más huellas dejaba tras de sí y menos su sombra lo abandonaba. Imaginando que tal vez iba demasiado lento, siguió corriendo cada vez más rápido sin permitirse descansar. A causa de tanto esfuerzo, murió por agotamiento. No sabía que para suprimir su sombra, era suficiente colocarse donde no diera el sol, y para evitar las huellas de sus pasos, le habría bastado con quedarse tranquilo. ”

Es solamente la búsqueda de este lugar umbrío y de esta tranquilidad la que permitirá encontrar la respuesta a las verdaderas aspiraciones del hombre moderno y resolver las incoherencias propias a la enloquecida carrera de nuestra civilización. Si es en realidad un asunto personal el acceder a esta sombra apaciguante idéntica al fondo de nosotros mismos, de todas maneras, nos parece interesante llevar esta búsqueda a nivel de escritores, pensadores, filósofos, para que la posibilidad de un desarrollo del ser en el hombre sea además una preocupación central.

Los verdaderos filósofos son hombres de reflexíón y de meditación. Ellos rehusan escindir la filosofía y, por consecuencia, destruírla, dividirla no puede conducir más que a su desintegración. La preferencia dada a la psicología y a la sociología quiebra la unidad de la filosofía y acarrea la desaparición de la metafísica. A este respecto, una vez más, nada es nuevo. El gusano se inflitró en el fruto desde el siglo XIII con la extensión de la escolástica esclerosante.

En una perspectiva tradicional, la filosofía se atiene al descubrimiento de secretos, ella devela, descifra. El filósofo es un vidente, ve por dentro, traspasa la exterioridad de la corteza de la letra. Sabe que el hombre en tanto que microcosmos es una totalidad y que nada está separado. Todo converge hacia un orden, una medida. El hombre, siendo a la vez terrestre y celeste, no lleva en él una oposición sino una jerarquía de niveles. Pero, puede ocurrir que la filosofía, ignorante de la verdadera tradición, se oriente hacia otras salidas. Ella arriesga, alejándose de la sabiduría, a no seguir respondiendo a su nombre. Su tarea consiste en plantear problemas y examinarlos, pero no interesarse en búsquedas que no le atañen. Operando en un constante dualismo, tales como los del cuerpo y del alma, del hombre y del cosmos, ella se dedica a la exterioridad. De ahí el peligro de adherirse a 1as cosas sin, por lo tanto, amar la vida y coger su sentido profundo.