De modo que el primer error consiste en alentar una oposición entre la experiencia y el intelecto, lo que reduce todas las modalidades experienciales a experiencias exclusivamente corporales, la esencia, en suma, del egocentrismo. El segundo error consiste en reducir las experiencias espirituales a experiencias corporales, en la idea de que si uno permanece centrado en el cuerpo, centrado en sus sentimientos, podrá acceder a la espiritualidad, porque ellos transcienden la mente. Pero lo cierto es que las sensaciones corporales, los sentimientos y las emociones no son trans-racionales, sino pre-racionales. Cuando uno permanece exclusivamente atado al cuerpo, no está más allá de la mente, sino más acá de ella, no está transcendiendo, sino regresando, de modo que cada vez es más narcisista y egocéntrico y está más centrado en sus propios sentimientos. Y esto, en todo caso, no hace más que dificultar la emergencia de las verdaderas experiencias espirituales, porque la auténtica espiritualidad consiste en abandonar el cuerpo y la mente, es decir, en dejar de identificarse exclusivamente con los sentimientos del cuerpo y con los pensamientos de la mente, algo, por cierto, imposible en el caso de que uno permanezca exclusivamente centrado en el cuerpo.
Por lo tanto, cada vez que se encuentra con alguien que le diga que experimente en lugar de intelectualizar, puede estar casi completamente seguro de que esa persona está incurriendo en los dos sencillos pero cruciales errores que acabo de señalar. Están oponiendo las experiencias corporales a las de la mente y del Espíritu y afirmando que las únicas reales son aquellas, reduciendo así las experiencias espirituales a experiencias corporales – el más bajo de los dominios !- dos errores, a mi juicio, sumamente desafortunados.
Pero la cosa es todavía más grave porque, aunque podamos hablar con cierta precisión de las experiencias corporales, de las experiencias mentales y de las experiencias espirituales, el hecho es que los estados espirituales más elevados no son ni siquiera experiencias. Las experiencias, por su misma naturaleza, son provisionales, vienen, permanecen durante un tiempo y terminan desapareciendo, pero el Testigo no es ninguna experiencia. El Testigo es consciente de las experiencias, pero no es ninguna experiencia, es la inmensa apertura y libertad en la que emergen y discurren todas las experiencias. Pero el Testigo nunca entra en el discurrir del tiempo aunque es consciente de él – y tampoco se ve, en consecuencia, afectado por el flujo de las experiencias.