Pero si existe algún tipo de patología y, en este punto, la contribución de Freud resulta ciertamente esencial – la mente no puede transcender e incluir al cuerpo sino que se ve obligada a reprimirlo, negarlo, alienarlo y disociarlo. Dicho de un modo más concreto, algún concepto, idea o superego mental reprime o niega algún sentimiento, impulso o instinto corporal (a menudo el sexo y la agresividad pero, en otras ocasiones, toda la vitalidad corporal). Y esa represión del cuerpo por parte de la mente origina varios tipos de neurosis, enfermedades emocionales, alineación corporal y un entumecimiento vital.
Así pues, una de las primeras cosas que se debería hacer en terapia las llamadas terapias de descubrimiento consiste en relajar las barreras de represión y permitirse sentir el cuerpo, volver a establecer contacto con los sentimientos, experimentar las emociones y tratar de comprender porqué han sido reprimidas. Luego se deberán asumir los sentimientos reprimidos y reintegrarlos al ego mental para acabar configurando una imagen más sana y exacta de uno mismo.
Y lo que ocurre cuando uno restablece el contacto con el cuerpo y sus sentimientos, cuando uno restablece contacto con sus raíces orgánicas, con su élan vital, es extraordinario, porque entonces se siente lleno de vitalidad, pero de ahí a concluir que los sentimientos corporales constituyen, de modo alguno una realidad más elevada que el ego mental, media un verdadero abismo. Está muy bien establecer contacto con el cuerpo, pero no porque se trate de una realidad más elevada, sino que se trata de una realidad inferior que permanece reprimida por otra superior. De modo que nos vemos obligados a retroceder provisionalmente, a regresar – el término regresión se refiere simplemente a una vuelta a un nivel inferior de la jerarquía de la consciencia a las sensaciones corporales que se vieron alienadas, para terminar reintegrando los sentimientos perdidos.
Y el resultado de este proceso de regresión provisional para recuperar lo perdido (la llamada regresión al servicio del desarrollo) conduce a la integración de la mente y el cuerpo, una unidad superior a la que denomino centauro, en la que la mente humana y el cuerpo animal son uno. Pero ello no debe llevarnos a reducir la integración de la mente y el cuerpo al mero cuerpo, una confusión muy frecuente, por otra parte, en autores como Alexander Lowen, Ida Rolf, Stanley Keleman, que suelen elevar el cuerpo al estado del centauro (al estado de unión de la mente y el cuerpo), desdeñando simultáneamente los aspectos mentales (como evidencian sus escritos, en los que no suele haber la menor referencia a la ética racional, el perspectivismo, la moral postconvencional, la comprensión mutua, etc.). Así pues, lo que ellos denominan unión entre el cuerpo y la mente no deja de ser, en realidad, más que un conglomerado de sensaciones corporales una microfalacia pre-trans que confunde al centauro post-convencional con el cuerpo pre-convencional – una confusión que constituye, por otra parte, el sello distintivo de la mayor parte de las terapias corporales.