En cierto modo, la terapia y la meditación suelen comenzar con el cuerpo y con la consciencia del cuerpo, porque la mayor parte de las personas están, de hecho, desconectadas de sus raíces. Pero las terapias eficaces y las técnicas realmente meditativas no permanecen mucho tiempo en el nivel de la consciencia corporal. Las terapias eficaces no tardarán en centrar su atención en la experiencia cognitiva y mental y en tratar de comprender por qué el sujeto se vio obligado a reprimir el cuerpo y algunas de sus sensaciones. El avance de la terapia sólo tiene lugar cuando uno deja de representar corporalmente los impulsos alienados y pasa a la comprensión mental.

Lo mismo ocurre con la auténtica meditación que, aunque también suele comenzar con la consciencia corporal centrada en la respiración, las sensaciones corporales, etc., no tarda en convertirse en una investigación de la experiencia mental y de la misma corriente mental. De este modo, pasa del cuerpo y del mundo sensoriomotor ordinario al mundo mental y sutil. La identidad sólo puede expandirse desde el cuerpo-mente hasta el Espíritu investigando las contradicciones sutiles del flujo de la mente y, especialmente, de esa contracción sutil conocida con el nombre de sensación de identidad separada, en cuyo caso la identidad personal con el organismo se ve subsumida por una identidad con la Totalidad.

De modo que el cuerpo nunca se ve desdeñado, sino que se ve transcendido e incluido por la mente que, a su vez, termina siendo transcendida e incluida por el Espíritu. El cuerpo es el fundamento, la raíz y el punto de partida, pero cuando uno se identifica exclusivamente con él, cierra todo acceso a la mente y el Espíritu. En tal caso, uno quizás pueda alcanzar el Nirmanakaya (el cuerpo de la forma), pero no el Sambhogakaya (reino sutil), el Dharmakaya (Vacío causal) ni el Svabbavikakaya (Totalidad no dual). Cuando, por el contrario, uno conecta el cuerpo con esos estadios y dominios superiores, estos tienden a afectar y terminar transfigurando el propio cuerpo físico, momento en el cual uno tal vez empiece a brillar en la oscuridad. Pero, en cualquiera de los casos, lo cierto es que asumirá una extraña y persistente belleza y se convertirá en el vehículo transparente del Espíritu primordial que es desde toda la eternidad.

Ken Wilber

Extractado por George Abufhele de
Ken Wilber.- Diario.- Kairós