Esta facultad de orientación que tiende a nacer en nosotros, es tal vez una de sus vocaciones más evidentes. Es también la necesidad primaria, considerando su posición natural respecto a las grandes estructuras tradicionales que la vuelven al mismo tiempo solidaria con todas, e inconciliable con algunas de ellas. En relación a esto me siento más cercano a eso que le es “peculiar”, en la misma medida en la cual me siento con ganas de colocarme interiormente en relación a lo que se me ofrece desde el exterior.
Debidamente cultivado, este olfato espiritual debe permitirnos con el tiempo reconocer el grado de autenticidad de la formas de experiencia que se proponen a nuestra búsqueda.
Suponemos que esta forma se nos revele como portadora de una verdad, de naturaleza similar a la que se nos dio a conocer bajo la influencia directa de Gurdjieff. Esta relación no dejará de captar lo mejor de nuestra atención y nuestro interés, incitándonos seguir su estudio. Pero esto no nos autorizara en lo absoluto a sacar conclusiones a favor de una identidad o de una afiliación y mucho menos jugar con el rol de aprendices de brujos.
Y, en caso contrario si esta forma nos parece absurda, peligrosa o ilusoria, será una valiosa ayuda para una mejor toma de consciencia, lo que es esencial para preservar y evitar el riesgo de graves errores y falsificaciones en los que incurrimos nosotros mismos, sin una pauta en nuestras interpretaciones.
Advertidos del peligro y de frente a la infinidad de aspectos bajo los cuales se aparece lo que hay de “único” en esta enseñanza, tendremos que buscar la garantía de una orientación justa y naturalmente es en su mismo origen que iremos a buscarla.
La enseñanza de Gurdjieff tiene su origen en lo que el llama: El cuarto camino.
Es necesario aclarar que una escuela del cuarto camino no tiene una forma definitiva, lo que significa que no tiene dogma, ni rito, en el sentido tradicional.
Estos desaparecen incesantemente, e incesantemente deben ser encontrados y reencontrados.