La marcha que seguiremos en nuestra exposición ha de ser muy sencilla. Puesto que, en el campo de la experiencia, la existencia de cada hombre se divide adecuadamente en dos partes: lo que hace y lo que experimenta; consideraremos consecutivamente el campo de nuestras actividades y el de nuestras pasividades. En cada uno de ellos constataremos, primero, que Dios, siguiendo su promesa, realmente nos espera en las cosas, a menos que no salga desde ellas a nuestro encuentro. Después, admiraremos cómo por la manifestación de su sublime Presencia no altera la armonía de la actitud humana sino que, por el contrario, le proporciona su forma verdadera y su perfección. Tras esto, las dos mitades de nuestra vida – y por tanto la totalidad de nuestro mundo mismo – habiéndose mostrado así llenas de Dios, ya no nos quedará sino inventariar las propiedades maravillosas de este medio extendido por todas partes – y, sin embargo, ulterior a todo! – en el que nos hallamos situados, para poder, desde ahora, respirar plenamente.

De las dos mitades o componentes en que puede dividirse nuestra vida, la primera, por su visible importancia y por el valor que le conferimos, es el campo de la actividad, del esfuerzo, del desarrollo. Naturalmente no hay acción sin reacción. Y naturalmente también, nada hay en nosotros que no sea, en su origen primero y en sus capas profundas, in nobis sine nobis, como decía San Agustín. Cuando, al parecer, obramos con máxima espontaneidad y fuerza, en parte estamos forzados por las cosas que creemos dominar. Además, incluso la expansión de nuestra energía (por donde se traduce el núcleo de nuestra persona autóctona) en el fondo no es más que la obediencia a una voluntad de ser y de crecer que varía de intensidad y adquiere modalidades infinitas que nosotros no dominamos. Más adelante volveremos sobre estas pasividades esenciales, mezcladas las unas a la médula de nuestra sustancia, difundidas las otras en el juego conjunto de las causas universales, A las primeras las llamamos nuestra naturaleza o nuestro carácter y a las segundas, nuestra buena o mala suerte. De momento, tomemos nuestra vida con sus categorías y sus denominaciones más inmediatas y más comunes. Todo hombre distingue perfectamente los momentos en que actúa de aquellos en que es actuado. Considerémonos en una de estas fases de actividad dominante, y tratemos de ver cómo a favor y merced a la extensión total de nuestra acción, lo divino nos presiona e intenta entrar en nuestra vida.