Según la naturaleza más o menos vigorosa del individuo, el conflicto puede terminar de una de las tres maneras siguientes:
a) el cristiano, rechazando su gusto por lo tangible, se esforzará por no hallar interés más que en los objetos puramente religiosos, e intentará vivir en un Mundo divinizado mediante la exclusión del mayor número posible de objetos materiales;
b) molesto por la oposición interior que le frena, echará a un lado los consejos evangélicos y se decidirá a llevar una vida que él considera humana y verdadera;
c) y este es el caso más frecuente: renunciará a no comprender ni a Dios, ni a las cosas de este mundo. Imperfecto ante sus propios ojos, hipócrita ante el juicio de los hombres, se resignará a llevar una doble vida.
Estas tres soluciones son censurables por diversas causas. Que uno no sea auténtico, que se desagrade a sí mismo, o que se desdoble en dos vidas diferentes paralelas, el resultado es siempre malo y, sin duda, contrario a lo que debe producir en nosotros el Cristianismo auténticamente vivido. Sin duda hay un cuarto medio posible para evadirse del problema. Es darse cuenta de cómo, sin hacer la menor concesión a la naturaleza, sino llevado por la sed de una mayor perfección, existe el medio de conciliar y de nutrir al uno mediante el otro, el amor a Dios y el sano amor al Mundo, con un esfuerzo conjunto de renuncia y de desarrollo.
Este cuarto medio es la comunión por la acción. En ella me adhiero al poder creador de Dios, coincido con El, me convierto no sólo en su instrumento, sino en su prolongación viviente. Y como en un ser no hay nada más íntimo que, su voluntad, en cierta manera me confundo – por mi corazón – con el propio corazón de Dios. Este contacto es perpetuo, puesto que ha existido siempre. Y como no sabría hallar límites a la perfección de mi fidelidad. y al fervor de mi atención, ello me permite asimilarme indefinidamente a Dios, cada vez más estrechamente.
En esta comunión, el alma no se detiene para gozar ni pierde de vista el término material de su acción, No es un esfuerzo creador el que adopta? La voluntad de triunfar, cierta predilección apasionada por la obra que se va a crear, son cosas que forman parte integrante de nuestra fidelidad de criaturas. Por lo tanto, la propia sinceridad con la que deseamos y perseguimos el éxito para Dios se nos descubre como un nuevo factor – también sin límites – el de nuestra conjunción más perfecta con el Todopoderoso que nos anima. Asociados primeramente a Dios por el simple ejercicio común de las voluntades, nos unimos ahora a Él en el amor común hacia lo que vamos a crear. Lo más maravilloso es que, al llegar al término de lo emprendido, logramos además el encanto de encontrar a Dios.