Uno de los mayores obstáculos que se oponen a nuestro desarrollo espiritual es el miedo a sufrir.

Este nos hace retroceder ante las dificultades y nos impide luchar, cortándonos las alas y paralizando nuestros más generosos impulsos. Pero también hace algo peor: con frecuencia nos induce a abandonar nuestros deberes, a faltar a nuestros compromisos internos o externos y nos hace pecar de omisión, lo cual no es a veces menos grave que caer en el exceso. Por consiguiente, es imprescindible para todo hombre que aspire a recorrer la vía del espíritu el proponerse superar este obstáculo, venciendo, o al menos atenuando, su miedo a sufrir.

Pero, para conseguir vencer este miedo fundamental y tan arraigado en nosotros, hay que conocer la verdadera naturaleza, el significado y la función del sufrimiento. Es necesario aprender cuál es el mejor comportamiento que podemos adoptar frente a aquel, pero sobre todo también debemos aprender cómo transformarlo para que llegue a ser una verdadera fuente de bien espiritual.

La primera lección que debemos aprender con respecto al dolor es una lección de consciencia y de sabiduría. De hecho, mientras sigamos considerando el sufrimiento como un mal, como algo injusto y cruel, o por lo menos incomprensible, no seremos capaces de dominar el arte que se requiere para acogerlo, transformarlo y convertirlo en algo positivo.

En el pasado, muchos se conformaban con explicaciones dogmáticas o renunciaban a comprenderlo, amparándose en Dios; a algunos todavía les basta con ello. Pero, actualmente, la mayoría de los hombres no puede ni quiere permanecer dentro de esos límites, y quiere conocer, comprender y llegar al menos hasta donde su razón humana y su intuición espiritual se lo permita.

A esta irrenunciable exigencia del hombre moderno y a su hambre interior, los grandes conceptos espirituales ofrecen un sano y vital alimento que le proporciona una total satisfacción, tal y como pueden atestiguar por experiencia quienes han encontrado en ellos la luz, la fuerza y la paz. Dichos conceptos son bien conocidos, por lo que tan sólo acentuaremos la luz con la que alumbran el problema del dolor.