Desde el punto de vista exterior, lo que hacemos es: tomar un medicamento, orar, recurrir a un curandero, hacer ejercicio, cuidar la dieta. Esto parece ser la causa de la respuesta sanadora. No se nos ocurre tomar en cuenta la disposición de ánimo con la que ejecutamos la acción. Actualmente, hasta la medicina tradicional ha empezado a establecer una nueva relación con nuestra condición humana, además del enfoque científico. Porque la creatividad científica puede convertirse fácilmente en algo dogmático.

En física, cuando atendemos al aspecto de las partículas de la luz, dejamos de lado la función de las ondas. Un fenómeno similar ocurre cuando intentamos comprender el porqué de la sanación. Si asignamos un nombre a la recuperación de la salud a fin de captarlo conscientemente, deja de estar conectado a su cualidad más universal. En medicina, cuando disponemos de nuevos conocimientos destinados a sanar, empezamos a pensar en términos de aplicación, fórmulas y técnicas. Así vamos en camino de congelar la fuerza sanadora universal que al comienzo pensábamos liberar.

He pasado años armonizando interacciones humanas de energía de alto nivel y observando la unificación resultante y el incremento de la consciencia. Se presentan sentimientos expansivos de bienestar y amor, estados de apertura mística y curaciones físicas (que se acostumbran llamar “remisiones espontáneas”). Primero tiene lugar la relación más profunda con la vida en ese momento, y después sobreviene todo lo demás.

Pero una comprensión consciente de las fuerzas que actúan en esos momentos no basta para crear esa unificación que buscamos, especialmente cuando estamos deseando que ocurra una sanación. Existe un elemento de gracia, un someterse a los propósitos de la vida. Al nombrar estos factores, he intentado ir más allá del fenómeno externo y acceder a una dimensión más universal. Precisamente por esta incapacidad de armonizarlos con nuestros propósitos, la sanación o cualquier transformación fundamental permanecerá en el misterio.