Vivimos un tiempo en el que el intelecto ha arrebatado muchos secretos al mundo material. Intentamos hacer lo mismo con nuestra psiquis. De allí la aparición de todas esas publicaciones de autoayuda que se renuevan constantemente, con diversas fórmulas de mejoramiento personal. Tales esfuerzos pueden conllevar una relación creativa con la vida o encerrar una acción manipuladora de los demás y de nuestro ambiente. Todo depende de si hemos hecho un descubrimiento por nosotros mismo o si estamos intentando huir de la vida hacia alguna ilusión de seguridad. De todas maneras, ningún esfuerzo conscientemente realizado garantiza la sanación verdadera. Debemos rendirnos a ese misterio más profundo, aunque eso nos humille o hiera nuestro orgullo.

La verdadera sanación – no el alivio temporal de síntomas o una aparente conquista de la ciencia sobre una enfermedad – nunca se produce de acuerdo a nuestras propias condiciones. Cualquier respuesta espontánea de entrega a la vida lleva consigo la capacidad de cambiar el nivel de energía de la consciencia, dando por resultado una transformación. Pero dentro de tal vitalidad espontánea existe algo que siempre permanece impredecible, algo que es fe y gracia. Cuando aplicamos una fórmula, obtenemos un resultado a menudo transitorio: sólo un cambio de síntomas, un aplazamiento del problema. Esto es lo que yo llamo perturbación. Durante algún tiempo aparecen ideas nuevas, nuevos sentimientos, nueva comprensión, incluso puede “remitir” la enfermedad. Algunas de ellas parecen haber “sanado”. Pero, en un sentido más profundo, esto no es sanación. En realidad, el círculo no se ha ampliado. Podemos pasar a ser más vulnerables aun a una nueva enfermedad, porque el proceso mismo de intentar cambiar las cosa en nuestros propios términos no nos deja escuchar directamente a la vida.

Estar sanos es algo a lo que podemos aspirar. Escuchar nuestros sueños, fantasías y visiones, las señales de nuestro cuerpo, la forma en que conocemos a la gente y a nuestro mundo. Ofrecernos a nosotros mismos para crecer en capacidad de amar. Escucharnos para poder descifrar el misterio de lo que somos y para llegar a estar más sanos.