Desde mi punto de vista subjetivo, vi esa luz durante un período de tiempo incalculable. El esplendor de esa visión rebasaba todo lo que pueda decir, y sin embargo no podía deducir qué era lo que la hacía tan hermosa. Me vino entonces la idea de que su belleza surgía de un sentido de la armonía, de una sensación de paz y descanso, de haber arribado, de finalmente estar a salvo. Me sentí inhalar y exhalar, con quietud y alivio. ¡Qué espléndida sensación de plenitud! Supe, sin sombra de duda, que ahora estaba cara a cara con Dios, con el origen de todo. Y sabía que Dios me amaba. Dios era amor y perdón. La luz me bañó, y me sentí limpio, liberado. Lloré incontrolablemente, sobre todo por mí mismo. La visión de esa luz resplandeciente me hizo sentirme indigno, despreciable.

De pronto, escuché la voz de don Juan en mi oído. Dijo que tenía que ir más allá del molde, que el molde era simplemente una fase, un momento de respiro que le brindaba paz y serenidad transitoria a aquellos que viajan hacia lo desconocido, pero que era estéril, estático. Era a la vez una imagen plana reflejada en un espejo y el espejo en sí. Y la imagen era la imagen del hombre.”

Nota: Si se considerara esta perspectiva de don Juan como una hipótesis posible o  valedera, daría pie a muchas consideraciones, como por ejemplo, que el molde del hombre, como arquetipo ‘inerte’ del Ser, hipotéticamente equivalente al Self de Jung o Assagioli, o al Yo Superior de Brunton, representara no sólo el cuño, sino al mismo tiempo todo el potencial inherente al ser humano, en germen (de ahí la felicidad, la alegría y el éxtasis de “presenciar”, vital y directamente, todo lo que se puede ser, aunque no se lo sospeche durante la experiencia y se la evalúe invariablemente como la manifestación de un ser muy superior a uno mismo). En tal caso, se podría plantear la hipótesis de que las experiencias y sufrimientos y comprensiones acopiadas vida tras vida que han ido incrementando el nivel de consciencia de un ser humano podrían hacerse efectivos en el nivel del molde del hombre, hasta llegar al momento de una total identidad entre el individuo y “su molde”, visto como potencial inicialmente, y finalmente, como realidad viva y plena en otra dimensión. Como si ese “Ser” que nos sueña vida tras vida, y que es al mismo tiempo el sueño que esperamos alcanzar, acopiara las mejores notas que hemos dado, nuestros esfuerzos por llegar, nuestros sacrificios voluntarios y esfuerzos intencionales, cada una de las cuales le iría dando vida creciente y ‘real’ a ese soñador que algún día podríamos ser. Siguiendo esta misma línea de pensamiento conjetural, resultaría probable que las “experiencias cumbre” o los contactos son el Self trascendente sean los ecos que nos llegan de nuestras mismas realizaciones anteriores, es decir, de la sumatoria de lo mejor que hemos alcanzado en el trayecto, como un llamado profundo desde lo ‘ya realizado’ hacia lo que aún nos falta realizar para ser uno con nuestro origen, o arquetipo, plenamente. De tal suerte que difícilmente personas muy primitivas o que no hayan tenido un desarrollo consciente, podrían acceder a un contacto con su Self –o Molde-, que no tendría nada aún en su actualización de ‘haberes’. El contacto, o la experiencia trascendente, sería el llamado del pastor, siendo el pastor nuestro propio desarrollo evolutivo consciente previo, acaso el eco, en otra dimensión, de lo que Gurdjieff llamaba el “Centro Magnético”, para que recordemos el camino ya hollado y nos incentivemos a seguir. Esta probabilidad no sólo no descarta sino que posiblemente exige, de la presencia de un guía o ser más avanzado que propicie este contacto con la esencia de lo ya realizado. Este propiciamiento, por parte de un tercero, entre lo logrado y nuestro presente, podría ser lo que normalmente se conoce como “la gracia”.