Aún considerando este racionamiento como posible, no explica nada acerca del camino a seguir una vez alcanzada esa identidad con el Ser, como don Juan tampoco explica lo que hay más allá de la “fase” del molde del hombre. Sin embargo, destaca que la considera una etapa muy importante de alcanzar por su discípulo. Es muy posible que los caminos a seguir en adelante, una vez alcanzada la plenitud del arquetipo –por así decir-, hayan sido históricamente logrados por tan pocas personas aún, que resulte inútil hablar de ello a una mayoría de la humanidad que aún se encuentra en otra etapa. Esas pocas personas, esos Maestros de la humanidad, nos hablan de cosas que nos resulten útiles y prácticas en la fase en la que estamos. ¿A qué hablar de la forma de viajar al centro de la galaxia si aún estamos recorriendo nuestro sistema solar local?

“Resentí apasionadamente lo que decía don Juan; me rebelé contra sus palabras blasfemas y sacrílegas. Quería insultarlo, pero no podía romper el poder de retención de mi ver. Estaba atrapado en él. Don Juan parecía saber con exactitud cómo me sentía y lo que quería decirle.

– No puedes insultar al nagual –dijo en mi oído-. Es el nagual quien te permite ver. La técnica es del nagual, el poder es del nagual. El nagual es el guía.

Fue en ese momento en el que me di cuenta de algo acerca de la voz en mi oído. No era la voz de don Juan, aunque era muy parecida. También, la voz tenía razón. El instigador de esa visión era el nagual Juan Matus. Eran su técnica y su poder los que me hacían ver a Dios. Dijo que no era Dios, sino el molde del hombre; yo sabía que tenía razón. Sin embargo, no podía admitirlo, no por irritación o necedad, sino simplemente por la absoluta lealtad y el amor que yo sentía por la divinidad que estaba frente a mí.

Mientras contemplaba la luz con toda la pasión de la que yo era capaz, la luz pareció condensarse y vi a un hombre. Un hombre brillante que exudaba carisma, amor, comprensión, sinceridad, verdad. Un hombre que era la suma total de todo lo que es bueno. El fervor que sentí al ver a ese hombre traspasaba todo lo que había sentido en la vida. Caí de rodillas. Quería adorar a Dios personificado, pero don Juan intervino y me golpeó en la parte superior izquierda del pecho, cerca de la clavícula, y perdí de vista a Dios.”