Nota: este último párrafo se confirma en todas las experiencias trascendentales, la certeza absoluta de que lo que se experimenta es claramente bueno, luminoso, amoroso, verdadero, sublime. Hay consenso en todas las prácticas genuinamente religiosas de que el destino del hombre –como lo sería su germen o molde- es la hermandad, la bondad, el amor, la comprensión, la cooperación, la tolerancia como medios de ayuda a la consecución de un fin que nos es común. El molde del hombre, como origen y probable destino, es percibido invariablemente en este tipo de vivencias como un cúmulo de lo que la mayoría considera virtudes. Resulta además sugerente la palabra “molde”, como símil de recipiente de todo aquello que deberíamos o podríamos llenar –ser-.
“Quedé presa de un sentimiento mortificante, una mezcla de remordimiento, júbilo, certezas y dudas. Don Juan se burló de mí. Me llamó piadoso y descuidado y dijo que yo podría ser una gran sacerdote, un cardenal; podía incluso hacerme pasar por un líder espiritual que había tenido una visión fortuita de Dios. Jocosamente, me instó a comenzar a predicar y a describirle a todos cómo era Dios. De manera muy casual pero aparentemente interesada dijo algo que era mitad pregunta, mitad aseveración.
– ¿Y el hombre? –preguntó-. No puedes olvidar que Dios es un varón.
Mientras entraba en un estado de gran claridad, comencé a tomar consciencia de la enormidad de lo que me decía.
– Qué conveniente, ¿eh? –agregó sonriendo-. Dios es un varón. ¡Qué alivio!
Después de relatarle a don Juan lo que recordaba, le pregunté acerca de algo que acababa de parecerme terriblemente extraño. Obviamente, para poder ver el molde del hombre mi punto de encaje se había movido. El recuerdo de los sentimientos y entendimientos que me sucedieron entonces era tan vívido que me dio una sensación de absoluta futilidad. Sentía ahora todo lo que había hecho y sentido en aquel entonces. Le pregunté cómo era posible que, habiendo tenido una comprensión tan clara la hubiera olvidado de manera tan completa. Era como si nada de lo que me ocurrió en aquella ocasión importara, puesto que siempre tenía que partir del punto número uno, a pesar de lo que hubiera podido avanzar en el pasado.