En casi todas las concepciones que se proponen como un camino evolutivamente ascendente para el hombre, aquello que está ‘más allá’ o ‘por encima’ del hombre natural es un Dios, una Diosa, un Self, un Yo Superior o una Mente Universal en la que se resuelven muchas de las contradicciones y pares de opuestos que a distintos niveles nos atormentan. De modo que conectar en cualquiera de sus formas con esos niveles trascendentes es sentido como participación espiritual, paz interior, gozo, comprensión intuitiva, vislumbre de nirvana, o un alcanzar o rozar por fin el verdadero hogar como contrapunto al sufrido samsara. En muchas religiones, sin embargo, se plantea, al menos masivamente, una contraposición fuertemente contrastante entre el nivel trascendente y la humanidad, considerándose a aquél infinitamente por encima de los seres humanos, y a éstos como una gran masa de iguales frente a esa realidad trascendental, o Dios. En algunas concepciones incluso sólo existe Dios y el hombre a secas, descartándose cualquier nivel intermedio y por tanto ignorándose todas las realizaciones espirituales de grandes hombres considerados por otras tradiciones como maestros, santos, guías o gurúes.
En el aprendizaje de Carlos Castaneda -como en otros realizados a través de escuelas y/o guías-, existe una realización gradual, es decir, un discipulado a través del cual un hombre escogido por ciertas condiciones apropiadas, es llevado hacia un paulatino progreso mediante una instrucción y prácticas precisas acerca de las que el alumno en principio no comprende ni en su utilidad ni en su propósito. Esa instrucción y guía es completamente personalizada en medio de condiciones creadas por el propio guía de acuerdo a los objetivos que persigue. Están en medio del mundo y sin embargo permanecen fuera de él, tal como si se utilizara el entorno como escenografías para el desarrollo de ciertos dramas que tendrán efectos específicos en el progreso del alumno.
Las prácticas de Castaneda nunca son religiosas en el sentido habitual en el que es utilizado el término, aunque desde todo punto de vista poseen un ritual y en todas ellas se aprecia un profundo respeto por lo que genéricamente podríamos llamar las fuerzas de la vida, o las energías en juego; las prácticas van paralelamente minando lo único por lo que no existe ningún respeto ni consideración, esto es, el ego del alumno, sus sentimientos de importancia personal y todas sus concepciones y cristalizaciones previas. Se destruye deliberadamente su idea del mundo y de sí mismo, sus certezas, para hacerlo permeable a otras realidades. El incremento gradual de consciencia del alumno, derivado de las experiencias a las que va accediendo a lo largo de los años, no lo lleva más cerca de ninguna potestad superior, sino más bien al conocimiento, percepción y dominio creciente de esas energías en juego. Esto significa desarrollar atención, instinto, intuición, intención, percepción en la cuarta dimensión, sueño consciente, etc. No hay actos de devoción, de beatitud ni de veneración alguna. Sí, de profundo respeto por las distintas manifestaciones de las emanaciones del Águila, que podríamos equiparar al tradicional “temor de Dios”.