Castaneda va comprendiendo paulatinamente la estrecha relación entre su cuerpo, considerado como núcleo energético y ‘procesador’ de energías, y aquello que puede percibir y realizar. Otras tradiciones se refieren al cuerpo como “el templo de la divinidad en nosotros”, lo que se va evidenciando en el camino que transita Castaneda pero sin ninguna connotación de divinidad. Ciertos actos conscientes producen cambios en ese cuerpo energético que como consecuencia llevan a estados de consciencia acrecentada acerca de la realidad de las energías implicadas; eso es todo. Cada visión de mundo tiene su correlato en el cuerpo energético de la persona, o dicho en la jerga de don Juan, cada concepción de la realidad depende esencialmente de la ubicación del punto de encaje. En el mundo de don Juan todo es niveles de energía, tramas y emanaciones de energía que tanto se pueden ignorar como alinearse con ellas o utilizarlas como vehículo para conocer más profundamente los múltiples mundos implicados tras la materia, que se evidencian de forma cada vez más precisa a lo largo de la serie de libros de Castaneda.

Simultáneamente, el alumno se va conociendo a sí mismo, procesando sus miedos, depurando los lastres que lo limitan al mantenerlo atado al pasado (lo que don Juan llama el ‘borrado de la historia personal’), y fundamentando su conocimiento en experiencias –no en creencias-, lo que modifica radicalmente su estructura mental, sus hábitos y creencias previas, y sus escalas de valor. En este mundo mágico, en esta “realidad aparte” sutil pero consistente, se nos presenta la relación de don Juan y su discípulo, con una coherencia interna potente y difícilmente contrarrestable. No hay un Dios aquí, ni un futuro ni un propósito último más allá de la –por cierto inmensa- tarea de tomar consciencia y dominar la realidad presente, en sus múltiples niveles paralelos y complejidades energéticas. No se describe un objetivo más allá de esto.

En este contexto, la experiencia de la llamada en otras tradiciones –por lo general en la vía mística de las mismas- propia divinidad, Yo Superior, Cristo, satori o incluso Dios, es un importante hito en el camino, pero sólo es eso: la evidencia que muestra que el alumno ha alcanzado cierto dominio de sus propias energías como para acceder a esa percepción, la que eventualmente podría repetir a voluntad, lo que es radicalmente diferente de las concepciones espirituales más generalizadas en la humanidad. Esa experiencia medular (casi diríamos “fundacional” para todos aquellos que siguen un camino) es la que don Juan Matus designa con el modesto y pedestre nombre de “ver el Molde del Hombre”, al que considera como una suerte de arquetipo inerte que simplemente nos imprimiría las características humanas que compartimos. Don Juan, como guía, propicia la experiencia inicial, la que luego podría ser alcanzada por su discípulo independientemente de la participación de don Juan.