– Pasará mucho tiempo antes de que puedas aplicar el principio de que tu comando es el comando del Águila –dijo-. Esa es la esencia de la maestría del intento. Mientras tanto, da ahora mismo el comando de no impacientarte, ni siquiera en los peores momentos de duda. Transcurrirá un lento proceso antes de que ese comando sea escuchado y obedecido como si fuera un comando del Águila.

Nota: este último párrafo resuena como el paralelo seglar del “Tú eres Eso” o “no soy yo, sino Cristo que vive en mí” y otras expresiones equivalentes proferidas por los místicos de todos los tiempos.

Dijo también que hay una inmensurable área de consciencia entre la posición habitual del punto de encaje y la posición en la que ya no existen dudas, que por cierto es el lugar en el que se presenta la barrera de la percepción. En esa área inmensurable, los guerreros caen presa de todas las fechorías concebibles. Me advirtió que tenía que estar alerta y no perder la confianza, en vista de mis acciones, porque, de manera inevitable, me vería acosado en algún momento por un tenaz sentido de culpa y derrota.

– Los nuevos videntes recomiendan un acto muy sencillo, cuando la impaciencia, o la desesperación, o el enojo, o la tristeza cruza su camino –prosiguió-. Recomiendan que los guerreros giren sus ojos. No importa en qué dirección; yo prefiero girar los míos en el sentido de las manecillas del reloj. El movimiento de los ojos hace moverse o detenerse momentáneamente al punto de encaje. En ese movimiento encontrarás alivio. Esto se hace en sustitución de la verdadera maestría del intento.”

Nota: Una vez más, en el propio cuerpo y en el manejo de sus energías se encuentran todas las herramientas para acceder a estados de consciencia acrecentados, y a manejarlos voluntariamente. Mientras menos impurezas, limitaciones y atascos posea el campo energético, más claro el propósito y mayor control sobre los procesos. Es lo que don Juan llama impecabilidad: el uso correcto de la energía en toda circunstancia.