Sin embargo, este ejercicio no tiene como objetivo vaciar la mente gracias a la detención del pensamiento. No es esto lo que se busca. Aunque se pueda llegar a ello por un momento, el vagabundeo puede recomenzar al instante siguiente.
Durante el ejercicio se forman ideas, según las sensaciones recibidas por los órganos de los sentidos, siempre receptivos. Pero debido a nuestra decisión de rehusarlas, las ideas son sólo nubes que atraviesan el cielo de nuestra consciencia, sin disolverse en lluvia que lo inunda todo. Así como restablecemos automáticamente el equilibrio de nuestro cuerpo al estar a punto de caernos, aprendemos a mantener el equilibrio psíquico mediante este gesto interior. Este condicionamiento puede entonces integrarse a la vida cotidiana. Se vuelve un reflejo condicionado; se ejerce el control y se mantiene el equilibrio. Según Vittoz: “El cerebro bien entrenado ejecuta este acto casi sin el asentimiento del paciente; gracias a la simple consciencia de que se va a caer, se recupera sin esfuerzo consciente”.
El silencio del cerebro, sobre todo si es ejercitado cotidianamente, aporta un descanso regenerador del sistema nervioso, central y simpático, a menudo agobiado por la fatiga, el ruido, las preocupaciones, el miedo, los shocks afectivos. Desaparecen así el enervamiento, el surmenage nervioso, los estados de tensión. Y el apaciguamiento del sistema nervioso trae consigo una normalización de la sensibilidad, que se halla siempre exacerbada durante los períodos de enervamiento. Con mucha frecuencia, se oye decir después de sólo algunos días de tratamiento: “Yo no habría reaccionado de esta manera hace unos pocos días”. La impulsividad, la susceptibilidad y la hiper emotividad desaparecen poco a poco y las reacciones se ajustan mejor a los estímulos. Nuestra manera de “sentir” a los demás y de ser “sentidos” por ellos, se vuelve más adecuada, más correcta.
El descontrol de los actos
El estado de descontrol no se limita a los pensamientos. Puede extenderse a las sensaciones, a los actos. Hay un vagabundeo de los actos, así como existe el de los pensamientos: por ejemplo, comenzamos un trabajo, pero nos viene la idea de otro pendiente, seguimos esta nueva idea, abandonando nuestro primer trabajo; después volvemos a él, para partir de nuevo a otra parte… Vamos de un acto a otro, con una sensación de tareas inacabadas, siempre preocupados de no olvidar nada… 0 bien, actuamos pensando en otra cosa totalmente distinta, por automatismo o por hábito, sin tomar conciencia del acto, sin “sentirlo”, como diría Vittoz.
¡Miles de gracias por la publicación de este artículo 🙂