Si estoy apurado y el pensamiento de no atrasarme para una cena ocupa toda mi mente, al volver a casa dejo mis llaves en cualquier lugar, sin poner atención, y al salir de casa surge siempre la misma pregunta: “Dónde dejé mis llaves, mis anteojos…’ Pregunta que nos da la deprimente sensación de vivir fuera de nosotros mismos, en dos planos. Nuestro cuerpo actúa, pero nuestra mente está en otra parte, no registra nada, no sabe lo que hacemos, vagabundea…
De los actos, el descontrol puede extenderse a las sensaciones. Cuando camino por la calle, perdido en mis pensamientos, puedo cruzarme con un conocido sin saludarlo, porque no lo “veo”, así como puedo no “escuchar” la bocina de un auto y ser atropellado por él.
Es el estado de “no-presencia. Como dice Vittoz: “Las imágenes impactan la retina sin penetrar en el cerebro; psíquicamente, el enfermo mira sin ver, escucha sin oír. En cuanto al tacto, la sensación percibida por la mano parece correcta, pero no alcanza a llegar al cerebro porque ya está borrada, ya que el cerebro no está suficientemente consciente de lo que toca, de lo que hace…”
Cuando el sujeto se da cuenta de este estado, pierde confianza en sí mismo; se siente inepto para cualquier trabajo serio. Todo le da miedo, exagera todo. El menor cambio en sus hábitos, la más, mínima cosa por emprender puede causarle una crisis de angustia, simplemente porque se siente inferior a la tarea que se propone… El estado de ansiedad continua es la consecuencia forzosa de esto. La persona pasa su vida previendo desgracias. Y de la ansiedad a la angustia no hay más que un paso, que se franquea rápido. Es el síntoma más violento del sentimiento de descontrol, que puede llevar al enfermo a todos los extremos y que parece a menudo inexplicable.
Este descontrol causa un estado de fatiga, ya que el trabajo del cerebro es constante, sin reposo ni respiro. Esta fatiga, por lo general, es más intensa en la mañana que en la noche. Este vagabundeo cerebral por falta de estabilidad en las ideas, esta multitud de ideas que se precipitan en el cerebro del enfermo, sin pausa ni de día ni de noche, lo obsesionan, lo angustian, lo cansan enormemente.
¡Miles de gracias por la publicación de este artículo 🙂