
En la obra de Arthur Clarke, El fin de la Infancia, los Súper-amos misteriosos extraterrestres que han controlado la tierra durante cientos de años – explican que ellos son sólo protectores interinos para a humanidad. A pesar de sus mayores poderes intelectuales, los Súper-amos se encuentran en un callejón sin salida desde el punto de vista evolutivo, mientras que la humanidad tiene una infinita capacidad de evolución:
Por encima de nosotros está la Súper-mente, que nos usa como un alfarero usa su rueda. Y vuestra raza es la arcilla que está siendo moldeada en esa rueda. Nosotros creemos aunque es sólo una teoría- que la Súper-mente está tratando de crecer, de extender su poder y su consciencia al universo entero. Por ahora, debe ser la suma de muchas razas, y hace tiempo que dejó atrás la tiranía de la materia Nosotros hemos sido enviados aquí por Ella para cumplir sus mandatos, para prepararos para la transformación que está ya a la vuelta de la esquina. En cuando a la naturaleza de ese cambio, poco podemos deciros se extiende de forma explosiva, como la formación de cristales en torno al núcleo primitivo en una solución saturada.
Muchos autores científicos serios han expresado en términos académicos la metáfora literaria descrita por Clarke. Sospechan que tal vez podemos estar tocando el teclado de nuestra propia evolución, como si se tratara de un instrumento musical. La teoría de la evolución de Darwin, fundada en las mutaciones por azar y en la supervivencia de los más aptos, ha resultado ser decididamente inadecuada para poder explicar una gran cantidad de observaciones en el campo de la biología. Así como toda una serie de hechos que escapaban a los presupuestos de la física de Newton indujeron a Einstein a formular una sorprendente teoría nueva, así también está surgiendo un nuevo paradigma ante la necesidad de ensanchar nuestra comprensión de la evolución.
Darwin insistía en que la evolución había tenido lugar de forma muy gradual. Steven Jay Gould, biólogo y geólogo de Harvard, señala que en vísperas de la publicación de El origen de las especies, T. H. Huxley escribió a Darwin prometiéndole luchar en su favor, pero avisándole que había recargado innecesariamente su argumentación con su insistencia. La imagen de Darwin, de una evolución glacialmente lenta, reflejaba en parte su admiración por Charles Lyell, promotor de la concepción gradualista en geología. Según Gould, Darwin concebía la evolución como un proceso majestuoso y ordenado, que operaba a una velocidad tan lenta que escapaba a las posibilidades de observación durante la vida de una persona. Y al igual que Lyell rechazaba la evidencia de los cataclismos en geología, también Darwin eludía los problemas que se le hacían evidentes. Ciertamente parecía haber grandes saltos, peldaños ausentes en la escala de la evolución, pero lo atribuía a mera imperfección en los hallazgos geológicos. El cambio no era abrupto más que en apariencia. Pero hasta el día de hoy sigue sin aparecer una evidencia fósil de esos necesarios eslabones ausentes. Para Gould, esa extremada escasez de restos fósiles de formas de vida transicionales constituye el secreto de fabricación de la paleontología. Otros científicos más jóvenes, a la vista de la ausencia constante de tales eslabones ausentes, miran con creciente escepticismo a la antigua teoría. La antigua explicación de que los restos fósiles resultan insuficientes, constituye en sí misma una explicación insuficiente, ha dicho N. Eldredge, del Museo Americano de Historia Natural.