Incluso en formas vitales más simples se encuentran logros evolutivos tan sorprendentes que nuestras teorías más elaboradas se sienten humilladas. En African Genesis, Robert Ardrey evoca una anécdota que le sucedió en Kenia, donde L. Leakey llamó su atención hacia lo que le pareció ser una flor de color coral formada por muchos brotecillos, como si fuera un jacinto. Al examinarla de cerca, cada uno de esos brotes de forma oblonga resultó ser el ala de un insecto: chinches flatidae, según Leakey. Asombrado, Ardrey señaló que sin duda era un ejemplo sorprendente de defensa por imitación de la naturaleza. Leakey le escuchaba divertido; luego le explicó que la flor de coral imitada por las chinches no existe en la naturaleza. Más aún, en cada puesta de huevos de la hembra hay al menos una chinche flatidae con alas verdes, no de color coral, y varias además con alas de colores intermedios. Cómo habían podido evolucionar así las chinches flatidae? Cómo pueden encontrar sus lugares respectivos hasta quedar en posición, como niños de colegio que ocupan su lugar para participar de una ceremonia? Colin Wilson ha sugerido que no es solamente que estas chinches tengan una especie de consciencia común, sino que su misma existencia se debe a una conexión genética telepática. La comunidad de chinches flatidae es de alguna manera un único individuo, una única mente, cuyos genes sufrieron la influencia de su propia necesidad colectiva.
Es posible que estemos también nosotros expresando una necesidad colectiva, y nos estemos preparando para un salto evolutivo? El físico John Platt ha afirmado que la humanidad está experimentando en la actualidad un choque evolutivo frontal, y que muy rápidamente podría resurgir coordinada de maneras desconocidas hasta ahora implícitas no obstante en su material biológico desde el principio, tan ciertamente como la mariposa está implícita en la oruga.
La ciencia de la transformación
Cuando los puzzles y las paradojas reclaman una solución, se hace necesario un nuevo paradigma. Afortunadamente, la rápida evolución biológica, cultural y personal – está encontrando una nueva, profunda y poderosa explicación. La teoría de las estructuras disipativas valió a su autor, Ilya Prigogine, físico y químico belga, el premio Nobel de química en 1977. Esta teoría puede suponer para la ciencia en general un paso tan importante como lo fueran las teorías de Einstein para la física. Viene a tender un puente sobre el foso que separa la física y la biología: el eslabón ausente que uniría los sistemas vivientes con el universo aparentemente carente de vida en el que aquellos se desarrollan.