Pero la marea acaba por bajar, como la del mar que baña las costas. El agua vuelve al mar. La orilla se hace valer. Todas las distinciones desaparecen tarde o temprano. Ninguna frontera perdura para siempre. Nada perdura. Todo vuelve al gran mar de la unidad. La vida, la muerte y todas las pautas se mueven de manera vibrátil. Puedes concebir esto como el principio imposible de vida/muerte.

Hasta el espacio y el tiempo (la palestra donde pasamos nuestras vidas) no sólo son reales, sino que son proyecciones que vienen de algo mucho más profundo y misterioso. Hasta esta misma palestra desaparecerá. Este pensamiento imposible, sin extensión espacial, no pensante, que no dura ni un segundo ni una eternidad, ni siquiera la menor pizca de tiempo ni el más largo de los eones, esta profundidad, esta luz/oscuridad que está más allá de lo que puede representarse como vacío, este principio paradójico de vida/muerte, este anhelo profundo, aparece como una nube, como un recuerdo, como una leve perturbación, y se desarrolla como tal. Pero a nosotros nos da la impresión de que cobra existencia sin más, sin el menor pensamiento ni aviso.

El gran oleaje, siempre ondulante, se hace valer una vez más. El mar baña la orilla. Es una ilusión producida por la necesidad misma de que el acto que da la existencia al universo requiere de esta ilusión.

Pero la requiere? Y si la noción misma de encontrar la verdad fuera puramente imaginaria?

Los antiguos alquimistas que percibieron el vacío.

La inseparabilidad es escurridiza; en la mayoría de los casos resulta imperceptible para nuestros sentidos, y es difícil de describir. No obstante, en todo el mundo antiguo hubo muchos alquimistas independientes entre sí que percibieron la presencia de este principio imposible, no dividido de vida/muerte que existen simultáneamente.

De manera no muy distinta de algunos científicos de nuestros días, de pensamiento profundo, que buscan en sus descubrimientos de nuevos principios de inseparabilidad el significado oculto de la vida y respuestas a los misterios del universo, los alquimistas buscaban maneras de salvar el aparente abismo que implica toda distinción. Buscaban el mal que estaba detrás de todo bien. Cuando quedaban convencidos de su visión, llegaban a creer que toda separación, descubierta o percibida, era ilusoria. Y por ello buscaron un camino que los condujera al reino de la inseparabilidad. Querían tener en las manos la paradoja de la existencia. Querían ver las dos caras de la moneda a la vez. Todo su trabajo, todos sus esfuerzos experimentales, tenían un único objetivo: destrozar la membrana de la separabilidad. Para conseguirlo no sólo debían trabajar en su arte alquímico, sino que debían trabajar también sobre sí mismos, replanteándose constantemente los límites de lo aceptable dentro de los que se sentían cómodos.