Cualquiera que trate de avanzar en un camino de crecimiento descubrirá tarde o temprano que el gran impedimento a su trabajo no se encuentra en los otros, sino en sí mismo. Descubrirá que sus tendencias espirituales y las inclinaciones de su ego no están en armonía, sino que son divergentes. El ego busca lo transitorio, manteniéndonos polarizados en el mundo temporal, a pesar de que teórica o prácticamente estemos trabajando en alguna línea de crecimiento personal. Una y otra vez experimentamos la incapacidad de nuestro ego para someterse a la guía del maestro interior, del Yo Superior, para actuar revelando lo trascendente y no lo personal perecedero. El ego vive en y para lo temporal, mientras el núcleo que origina y sostiene nuestra vida – la chispa divina, el Yo Superior – permanece en lo intemporal y eterno, que es lo que quisiéramos alcanzar.

De ahí la dificultad de conciliar ambas posiciones, lo que produce la gran inquietud y aun las angustias más profundas que pueda experimentar el hombre que busca expandir su consciencia. Para ser en lo eterno, debe morir conscientemente en lo temporal. Su ego debe perecer. La conquista del punto de vista del Yo Superior, la polarización paulatina en nuestro núcleo superior de origen como resultado de la domesticación creciente del ego, es la meta e inspiración de todos los caminos de crecimiento.

Quienes se esfuerzan en crecer, saben de las dificultades que hay para mantenerse conectados con su propósito de avanzar, para desechar lo que atenta en su contra o que es inútil en su camino, para estar disponible permanentemente a las necesidades espirituales propias y de quienes nos rodean, para reconocer la presencia de lo trascendente en sus múltiples manifestaciones, para estar atentos a la tarea que nuestro desarrollo nos demande en el momento presente. Debido a las distracciones del ego, el Yo Superior no puede manifestarse a través nuestro. Cuando el ego no ha sido dominado, todo anhelo, buenos propósitos, firmes convicciones y acciones son nada más que un permanecer dormidos mientras actuamos. Por eso decimos – junto a todos aquellos que a lo largo de la historia lo han logrado – que hay solamente un camino mediante el cual el hombre se puede capacitar para ser útil a la tarea evolutiva: el sometimiento del ego. Esto es a lo que se refiere San Pablo cuando nos dice: Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior, no obstante, se renueva de día en día (2 a Corintios 4:16).