La noción platónica de que el pensamiento es un diálogo silencioso con uno mismo y que, a pesar que esto, puede conducir a más equivocaciones que ayudas, tiene algo de verdad. Mucha de nuestra actividad mental es a primera vista de naturaleza verbal. Esto se vuelve especialmente claro cuando uno comienza con la práctica de la meditación. Cuando nuestra concentración se vuelve difusa, o la atención divaga durante la meditación, significa que nuestra mente está ocupada con el diálogo. Cuando la atención vuelve, uno toma consciencia que ha estado teniendo conversaciones con uno mismo. Hay un flujo continuo de palabras, conversaciones, reales o imaginarias acerca de eventos o cosas que nos han ocurrido, también reales o imaginarias. Estos aspectos se repiten, revisan, investigan, una y otra vez hasta que nos cansemos o finalmente las pongamos de lado al darles una forma que preserve nuestra integridad o nos proporcione una situación personal aceptable. Nuestro diálogo interno reafirma o destruye nuestra confianza, nos señala qué hacer, o lo que no queremos escuchar, convierte cosas desagradables en placenteras y viceversa; en general arregla nuestro mundo en nuestra mente para transformarlo en nuestra imagen de él, aunque esta imagen sea bonita o fea, positiva o negativa. Al parecer, la mente no puede estar en silencio. Continuamente combina una y otra vez pedazos o trozos de diálogo, y salta de objeto en objeto con una curiosidad continua. Incluso si esta actividad está acompañada de abundante imaginación, no hay un descenso del diálogo interno, el que continúa trabajando proporcionando comentarios verbales y evaluaciones adicionales.

La continua actividad de la mente, a veces sorprende en cuanto a su intensidad, y no es particularmente problemática, a no ser de que uno trate de suspender este diálogo. En ese momento, nos damos cuenta que él es de naturaleza involuntaria. A medida que tratamos de relajarnos y dejar descansar a nuestra mente de este diálogo, vuelven a aparecer las palabras desordenadamente, como si estuviéramos involuntariamente deslizándonos hacia atrás, hacia una consciencia somnolienta. Detrás o debajo de cada diálogo pareciera que nos espera otro nivel de diálogo. Si nuestra intención es suspender la verbalización interna, la sola intención de no verbalizar, ya está siendo verbalizada. Relájese. Deje que el diálogo interno se detenga. No se necesita verbalizar, omita las palabras. Más diálogo, esto no es el final, si uno simplemente resuelve no verbalizar las instrucciones, o compulsivamente verbaliza que esto ha sido resuelto. El proceso de verbalización y metaverbalización puede, en principio, suceder indefinidamente nivel por nivel, cada nivel permaneciendo lógicamente diferente del nivel precedente. Subjetivamente estos saltos pronto se mezclarán unos con otros. En este punto, el silencio parecerá más lejano que nunca.