El hecho de discriminar entre sujeto y objeto es autogenerante. La facultad de discriminación, el ego, es a la vez el producto y el proceso, la creación de su propia actividad. La facultad y la actividad de discriminar deben ser tratadas simultáneamente.

En el contexto en el cual las palabras callar y silencio normalmente aparecen, figuran como sinónimos. A pesar de que el uso común no muestras fuertes diferencias entre estos dos términos, una reflexión cuidadosa sugiere una delicada diferencia en significado. Callar, parece más apropiado para describir situaciones en la cual la relación sujeto-objeto es operativa, por ejemplo, cuando todo está quieto y los sonidos ya no se escuchan. Uno puede tratar de acallar los latidos del corazón y una mente inquieta. Uno puede acallar a un niño asustado o a un caballo aterrado, o uno puede intentar acallar el mar agregándole aceite al agua. El callar puede caracterizar al sujeto o al objeto. Es un término discriminatorio. Por otro lado, el silencio se refiere a algo diferente. El silencio no involucra tanta observación o discriminación, pero sí participación. Se aplica en forma natural cuando la relación sujeto-objeto ha sido descubierta. Uno no trabaja u observa el silencio cuando uno está en silencio. Callar puede caracterizar lo que uno es o no es, mientras que el silencio se refiere al hecho de que la distinción entre lo que uno es dejó de existir. El silencio es más inclusivo y envolvente que el callar. Callar describe el ámbito local y está sumamente limitado a lo que uno observa, mientras que el silencio convoca lo eterno y lo ilimitado desde donde uno viene. Callar es algo que uno acarrea, el resultado del esfuerzo, o se produce por no hacer algo como, por ejemplo, por no generar sonido o no tener una actividad. El silencio no se produce por la falta de sonido o actividad; es lo que emerge en la ausencia de sonido y actividad. Callar es una imposición sobre las cosas, en cambio el silencio es un sustrato de ellas. Callar es separación, silencio es integración.