Una voz celestial resonó en el sueño de un sufi y dijo: Has sufrido muchas dificultades en tu vida y te mereces una recompensa. Ve a buscar entre las hojas sueltas de los manuscritos que tu vecino ha vendido al librero. No permitas que vea lo que haces. Reconocerás un rollo de pergamino por sus colores y formas, llévatelo a un sitio recóndito y léelo en privado, no busques la compañía de nadie en este asunto. Sin embargo, no te preocupes excesivamente, pues aún cuando alguien viese el rollo no entendería su significado. Y si te lleva mucho tiempo desplegarlo, no desesperes y resiste todas las fatigas que te sucedan.

De vuelta de la visión, el joven cayó preso de una gran emoción y excitación, no solo por la promesa de aquel tesoro especial, sino por haber oído la palabra de Dios y por haber cruzado el velo del sufrimiento hacia la iluminación. Así que salió corriendo hacia la tienda del librero y durante un buen rato estuvo revolviendo entre los rollos y los papeles. Al cabo de un tiempo encontró, por casualidad, el escrito que la voz de su visión le había descrito, lo deslizó debajo del brazo y abandonó la tienda discretamente, diciéndole al librero que volvería en breve.

Se llevó el rollo a un escondrijo y allí sentado se maravilló y se quedó estupefacto, incapaz de creer que semejante tesoro hubiese estado perdido entre las hojas sueltas de una papelería. Pero entonces pensó:

Dios es el guardián de todas las cosas,
cómo puede el guardián liberar algo imprudentemente?
Aunque el escrito estuviese lleno de oro,
ni una sola pizca podría recogerse
sin Su consentimiento.
Y aunque leas cientos de libros al día,
ni una sola palabra se grabará en tu mente
sin la aprobación divina.

Escritas en el rollo estaban estas palabras: Fuera de la ciudad hay un tesoro enterrado. Ve al sepulcro del mártir, en el edificio con la cúpula, que tiene una puerta que mira al desierto. Ponte de espaldas a ella en dirección a La Mecca. Dispara una flecha con tu arco y, donde caiga, cava.