Hugo M. Enomiya-Lassalle
Editorial Herder.
En nuestros días se habla mucho de lograr un mundo mejor, a cuya promoción quisiéramos contribuir todos. Lo que importa es hallar caminos que conduzcan al hombre a la felicidad, pese a todas las tribulaciones que nos rodean. Para ello no deberíamos rehusar la ayuda que se nos ofrece de Oriente y adaptar las formas de meditación allí practicadas. No se trata de sustituir el cristianismo por otra religión, sino de aprovechar un recurso para fortalecer nuestro cristianismo.
En el Decreto sobre la actividad misional de la Iglesia se indica a los religiosos contemplativos la conveniencia de asimilar los métodos orientales de meditación en cuanto sea posible. Los resultados obtenidos en este campo en todo el ámbito cristiano son no sólo satisfactorios, sino que superan todas las esperanzas.
Los métodos orientales son de suyo sumamente antiguos. Sus comienzos vienen de mucho antes que el cristianismo hiciera su aparición. Sus formas han permanecido, en parte, invariables. La meditación zen ha permanecido esencialmente tal como se practicaba en China hace mil años, en su época dorada. Pero lo que en este libro subraya el autor no es tanto la meditación oriental en sí, como su importancia para apoyar la oración.