Desde que surge la conciencia de su estar en el mundo, el hombre comienza a “hacer su vida”, esto es, lo que va a “Ser”. En este “hacer”, por la esencia de su Ser verdadero, el hombre yerra, pero el “error” en él se muestra como elemento básico y fundamental para una vida humana. Que el error sea propio de la esencia de su Ser verdadero? Imposible ! En nuestra sociedad el error es sentido como algo negativo y hasta diabólico que se da en el hombre. Veámoslo:

1.- El error en el hombre procede de la ignorancia, polo contrario de la sabiduría. Cuando alguien nada sabe tampoco yerra como ocurre al animal. No llega a ser sabio quien no puede errar.

2.- Del error también resulta el dolor, que es el más poderoso estímulo que empuja al hombre a buscar y descubrir la verdad y, como consecuencia, a corregir la acción equivocada.

3.- La vida humana, es un camino que oscila entre el errar y el acertar. El primer paso en ese camino es el de errar y el segundo que es la consecuencia del primero, es el de acertar. De esa manera, si el error no es confundido con la mentira, el hombre crece, progresa y madura.

4.- No hay desarrollo, ni maduración para quien no yerra, porque el saber en el hombre tiene su origen en la captación, por el contraste, de los polos de realidades que la objetividad de la consciencia ha dividido en dos. En nuestro caso lo captado son los polos del errar frente al acertar.

5.- Sin embargo, no basta errar para acertar y, menos aún, para alcanzar la certeza de la verdad que conduzca a progresar, desarrollarse y madurar. Para este último efecto lo aprehendido no basta. La verdad que sustituya el acto equivocado debe además ser confirmada por el dolor adicional que trae.

6.- Desgraciadamente en nuestra sociedad no acostumbramos a aceptar el error cuando incurrimos en él
y, por el contrario, procuramos y ponemos todo nuestro empeño en negar el hecho y ocultarlo, o bien, defender y encontrar los mejores argumentos para justificarnos del acto errado. Nuestra conducta revela que creemos que incurrir en error nos desprestigia, nos despoja de valor y nos hace despreciables y/o dignos de castigo. Sin embargo, la mentira con que se excusa el error, se acepta, no se repudia, no se castiga y no se estima que desprestigia.