Otro tipo dirigido también a la emoción, es el que ayuda a experimentar de otra forma la situación que nos amenaza, es decir, a través de la resignificación. De esa manera el individuo hace un intento por conservar la esperanza y el optimismo, para negar tanto el hecho como su implicación, para no tener que aceptar lo peor, para actuar como si lo ocurrido no nos importara, etc. Las estrategias dirigidas al problema se dividen en las que se orientan al individuo y al entorno. Las que se dirigen al individuo intentan cambiar la motivación o la cognición del sujeto, el despliegue de pautas de acción, la búsqueda de vías alternativas de gratificación, el aprendizaje de recursos nuevos y la disminución de la intervención del yo. Por otro lado, las estrategias dirigidas al entorno intentan modificar las tensiones que se producen en el ambiente, los recursos y los obstáculos con lo que se tropieza el individuo.
Tras la evaluación de la situación cada individuo escogerá un estilo particular. Si evalúa que las condiciones amenazantes son susceptibles de modificación probablemente escogerá las estrategias orientadas al problema, como la búsqueda de información, planificación, etc. Si el individuo evalúa que no puede modificar la situación que lo amenaza tenderá a utilizar estrategias orientadas a regular las emociones, como escape, evitación, aceptación de la propia responsabilidad, búsqueda de apoyo emocional, autocontrol, etc. Los estilos orientados al problema y a la emoción influyen entre sí, y pueden interferirse o bien potenciarse.
La estrategia dirigida a la emoción y la dirigida al problema, por lo general coexisten. Esto queda más claro en acontecimientos estresantes prolongados en el tiempo, como un accidente o la muerte de un ser querido. En la elaboración de estas experiencias, se ha observado que al aparecer el acontecimiento, primero este se afronta con estrategias dirigidas a la emoción como la negación o minimización, y luego, en forma gradual se comienzan a ocupar estrategias dirigidas al problema.