Tu sola presencia desviaba el destino de mi cabeza. No estás aquí, y ya lo siento alrededor de mí.
Se aproxima el momento en que el guardián dirá: “Ese hombre arruinado, ese hombre ya olvidado de todos va a dejar este mundo.”
¿De qué serviría ahora que vinieras, ¡oh, bienamada!, cuando sólo queda una chispa de mi vida en mi cuerpo miserable?
Si mis ojos no tienen ya lágrimas, diles: “¡Derramad ahora la sangre de su corazón!”
En la separación, la paciencia sería mi remedio; pero no tengo ya fuerzas para sufrir.
La miseria y las lágrimas, ¡oh, Hafiz!, han ahogado tu sonrisa.
Bajo el mando de tu tristeza no pienses más en fiestas, ni en borracheras, ni en cantos.
Planta sin Sol
Tu belleza es como mi amor. Nada puede superarlos. ¡Alegría es ver que esas dos flores conservan su frescura primordial!
Mi pensamiento no puede imaginar que en las visiones de los poetas haya forma más digna de amor que la tuya.
Un año junto a ti es apenas un día; un instante sin ti es más largo que un año.
Cada hora de la vida pasada a tu lado es un siglo de alegría; y si la vida sólo durara un día no querría yo vivirla sino contigo.
Ten piedad de mi corazón desgraciado, pues el amar tu belleza me hace desfallecer como una planta sin sol.
Todo Acabará
Una dichosa nueva me ha llegado: me anuncia que mis días de tristeza están contados; no durarán siempre.
Se me ha dicho que, considerado como un objeto de indiferencia y de desprecio por la bienamada, tendré la alegría de no ver a mi rival siempre favorecido.
El guardián de la puerta golpeará con su espada y nadie en el harén se quedará por siempre.
¡Oh, mi antorcha! Ten por un don del cielo el amor de la mariposa, pues antes de la noche su deseo habrá muerto para siempre.
Un ángel, bajado del cielo, me trajo este párrafo: “Nadie permanecerá por siempre sobre la tierra.”
¡Oh, tú, rico! Date prisa en socorrer al pobre, porque tu oro y tu plata no serán tuyos para siempre.
En la bóveda celeste, con letras de fuego, escriben las estrellas: “Como no sea el acto del Justo, nada durará siempre.”