Nadie puede permanecer insensible ante la bella y enternecedora melancolía de los gazales. Hafiz es un hombre simple y verdadero, magníficamente dotado para el canto lírico, y su amor, tan raramente un triunfo y tan a menudo una tortura, es el de un hombre que conoció todas las peripecias de lo que él llama el “Viaje”, la carrera, sin meta aparente, que va de la primera sonrisa a las lágrimas del último adiós.
La biografía de Hafiz puede ser expuesta en algunas líneas. Nació en Chiraz en la primera parte del siglo XIV, y no se tiene por cierta sino la fecha de su muerte: 791 de la hégira, 1388 de la era cristiana. De oscuro nacimiento, debió a su genio ser objeto, alternativamente, del favor y del disfavor de los reyes persas; pero su gloria, que aún en vida de él brillaba, no se apagó jamás. Su tumba, que existe siempre a orillas del río Buknabad, es un lugar de peregrinaje y meditación. Muéstrase allí todavía un ciprés que él mismo habría plantado y que, como él deseaba, proyecta “su tranquila sombra sobre el polvo de sus deseos”.
“Duerme el poeta –dice el nostálgico Pierre Loti, en su hermoso libro “Hacia Ispahán”- bajo una tumba de ágata grabada, en medio de un grande y exquisito jardín tapiado, en que hallamos calles marginadas de naranjos en flor, arriates de rosas, estanques y frescos surtidores de agua. Y ese jardín, primitivamente destinado a él solo, se convirtió, con los siglos, en un cementerio ideal; pues sus admiradores de prestigio, uno después de otro, pidieron y obtuvieron ser admitidos a dormir cerca de él. Sus blancas tumbas se levantan por todas partes en medio de las flores. Los ruiseñores, que abundan por aquí, deben de acordar todas las noches sus vocecitas de cristal en honor de esos dichosos muertos de diferentes épocas, reunidos en una común admiración por el armonioso Hafiz y acostados en su compañía.”
Réstanos precisar el sentido de la palabra gazal. Es un pequeño poema, una especie de oda, que no supera en general los treinta versos y que a menudo es mucho más corto. En nuestra versión hemos puesto título a cada poema, no obstante no llevarlo el original. El uso quiere que el poeta haga aparecer su nombre poético –tèkhèllos- al final del gazal. Hafiz, cuyo verdadero nombre era Khwaja Shamsud din Mohammad, no faltó a ese uso. Quiera observarse, leyendo los elogios que adornan algunas citaciones, que la mano de los escoliastas que hicieron presa del “Diván”, como tantos otros, es sin duda culpable de su color a veces demasiado chillón. Pero no hay nadie que no suscriba esos elogios, vengan de donde vengan, del cálamo de Hafiz o del de sus admiradores.